miércoles, 6 de diciembre de 2017

10.EL PAN


El grano de trigo
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto»  (Jn 12, 24). Con estas palabras el Señor interpreta su vida en la tierra, como el grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Jesús  explica su vida terrena, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Eucaristía, así sintetiza todo su misterio.

Y María junto al Pan
María puede guiarnos hasta este Pan del cielo. En el relato de la institución de la Eucaristía, la tarde del Jueves Santo no se menciona a la Virgen. Pero sin duda estaría, pues acompañaba a los Apóstoles en oración, como se dice en otros momentos (cf. Hch 1, 14). María ayudó a traer al mundo al Señor: el Cuerpo y la Sangre de Jesús se formó en Ella.

Sin duda  colaboraría en la Última cena, como lo hacían otras mujeres. Desde la cocina, pasando oculta, serviría los alimentos que iban a transformarse en Dios.

Jesús es Pan
Jesús es pan al hacerse Hombre, es pan al morir por nosotros y  sobre todo es pan en la Eucaristía. Por eso la Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor en la Eucaristía es el motor del mundo: es como esas centrales nucleares que tienen un potencial de energía enorme. Y a veces, si hay un escape, pueden organizar lluvias radioactivas, y contaminar, produciendo enfermedades, que se notan a la vuelta de los años.

El Señor en la Eucaristía es así, pero al revés: en vez de daños produce bienes, en vez de contaminar, purifica el ambiente con esa lluvia radioactiva de la gracia.
Cuando nosotros tocamos al Señor, algo se nos pega. Aunque sea por poco tiempo.
Y en vez de alteraciones en el organismo se producen, sí, alteraciones, pero para mejor.

–¡Qué bueno eres, Señor! Que te has rebajado tanto por nuestro amor: más no te puedes entregar: te das a Ti mismo.

El abajamiento de Dios
Jesús que es tres veces pan, se abaja cada vez más. Es el Pan que ha bajado del cielo, porque al hacerse hombre es la Palabra  de Dios que se hace carne (cf. Jn 6, 33). Y así es Dios que desciende «hacia nosotros»

Pero da un paso más, Dios se abaja  «por nosotros» en la cruz. En la entrega que hace Jesús de sí mismo en el calvario su carne se hace alimento «para» el mundo (cf. Jn 6, 51) porque da la vida por nosotros.

Y otro descenso más se da en la Eucaristía, hasta hacerse «verdadero» pan. Por eso la Misa es el centro de la vida cristiana, porque allí comemos «verdaderamente» a Dios que se  encarnó y ha dado su vida por nosotros.

Misterio de Fe y de Amor
Una persona que, ante la Eucaristía no reaccione con hechos, es que espiritualmente está muy baja: habría que medirle la radioactividad. Y observaríamos que tiene pocas partículas de fe en su organismo. O puede pasar que no tenga amor: que su amor esté en los mínimos. El termómetro es la asistencia a Misa.

–Señor, Tú no quieres coaccionar de ninguna forma. Tampoco nosotros. Tan sólo queremos que te prefieran a ti antes que a sus cosas. Si Te quisieran, irían...

Tenemos experiencia
Todos tenemos experiencia de cómo la gente cambia radicalmente, se convierte, cuando empieza a asistir a Misa todos los días.

Un amigo nació en un pueblo precioso del norte de África (Nador). Cuando él vivía en ese lugar era territorio español. Me contaba que allí convivían chicos cristianos y musulmanes: tenían la misma nacionalidad,  la misma lengua y aficiones parecidas. Todos disfrutaban entonces con los éxitos de Real Madrid.

Estudiaban en la misma aula, y sólo se dividían para las clases de religión. Pero los chicos musulmanes y católicos no hablaban de ese tema, parecía que la religión era un tema tabú, que no era tocado por ellos. Por eso la extrañeza de mi amigo fue mayúscula cuando un adolescente musulmán de su misma clase empezó una conversación sobre el cristianismo.

El chico se llamaba Aberkade. Le dijo: –Nosotros también creemos en Jesucristo. Para nosotros es un profeta.

Entonces Luis, que así se llama mi amigo se vio en la obligación de responderle:
–... Es mucho más  que un profeta: es Dios que se ha hecho hombre.
–¿Como puede ser hombre? Le respondió Aberkade. Dios es Dios.
–Es que se ha hecho hombre para salvarnos, le dijo Luis, y nos ha enseñado.
–Y vosotros ¿cómo dais culto a Dios? Preguntó el chico musulmán.
–El acto más importante es la Misa.
–Explícame, dijo Aberkade.
–Es que es algo muy misterioso, le dijo el chico cristiano.
–No importa, algo entenderé.
Entonces Luis empezó la explicación:
–El sacerdote toma un pan... (me contaba que prescindió del vino para simplificar)... El sacerdote toma un pan; dice unas palabras... y en el pan se pone Jesucristo.
El chico musulmán no entendía mucho:
–¿Qué está Jesucristo? ¿El pan es realmente Jesucristo?
–No, le respondió Luís, se pone en el pan. Está dentro.
 La verdad es que no eran unas explicaciones muy teológicas.
–¿Y esto cada cuanto ocurre? ¿Cada cincuenta años?

–Todos los días.
– ¿Cómo eso puede  ocurrir todos los días? ¿Nada más irán las personas muy santas?
–No, dijo Luis, puede asistir el que quiera.
– ¿Cómo puede asistir todo el mundo?
–Pues así es nuestra fe.
–¿Tú crees eso? Le dijo el chico musulmán.
–Sí, claro.
–Entonces tú debes ser el hombre más feliz del mundo... ¿tú vas todos los días?
–No, sólo es obligatorio los domingos.
–Tú no eres suficientemente bueno, no vas todos los días.
–Pero no te estoy diciendo que sólo es obligatorio los domingos.
Y entonces con aire de desprecio Aberkade le dijo al chico católico:
–¡Vete mentiroso!... O eso no es verdad, o tú no crees nada...
Y continuó diciendo Aberkade:
–Si eso fuera cierto, yo estaría todo los días desde las cinco de la mañana, esperando, para ver a Dios con mis ojos.
Mi amigo Luis de allí se fue muy nervioso, casi llorando... y empezó a ir a recibir al Señor casi todos los días. Y hoy es sacerdote.

Y es que aunque en el Pan eucarístico esté el mismo Dios con toda su majestad se ha quedado para que le comamos.

Se ha quedado para nosotros
¡Jesús se ha quedado aquí en el sagrario! para aumentar nuestro amor. Jesús se ha quedado en la Eucaristía para darnos la fuerza necesaria. Porque la Eucaristía es el  Sacramento de la Común unión, de la Comunión. La Eucaristía realiza la unión con Dios y también entre nosotros.

Esta es la experiencia de los santos. Contaba la Madre Teresa de Calcuta que cuando en su congregación decidieron tener adoración al Santísimo todos los días. En agosto de 1985 hubo en Nairobi el Congreso Eucarístico internacional, y allí estaba la Madre Teresa de Calcuta, que intervino en una de las reuniones. Contó la siguiente anécdota:

«hasta el año 1973 teníamos Adoración al Santísimo después del retiro, una vez a la semana. Ese año hubo una petición unánime de las monjas: ¡queremos tener adoración todos los días!
Yo hice el papel del diablo y les dije: ¿cómo vamos a tener Adoración diaria con tanto trabajo como tenemos?
Pero insistieron, y a mí me agradó mucho que lo hicieran. Así fue como comenzamos a tener adoración diaria, y os puedo asegurar con sinceridad que desde entonces he comprobado cómo en nuestra comunidad hay un amor más íntimo hacia Jesús, más comprensión entre todas, un amor con más compasión hacia los pobres....y hemos duplicado el número de vocaciones».

Esta es la realidad: tendremos más vocaciones cuando estemos más pegados a Jesús en la Eucaristía.

–«El que está unido a mí, ése dará mucho fruto».
–Señor, nosotros, no es por el fruto, es que te queremos, y buscamos estar junto a ti,

Después de la Comunión
Siempre se le pueden pedir cosas al Señor pero especialmente cuando estamos junto a Él en la Eucaristía. El Señor, cuando comulgamos y le pedimos cosas, nos las concede: esos diez minutos, decía Teresa de Jesús, son tiempos para negociar, hacer negocios con el Señor. Esto es la Comunión.

Ahora le decimos a la Virgen: –Madre de Dios y Madre nuestra: agranda mi corazón.
Porque yo no sólo veo a Dios, lo llevo en mi interior como Tú.

María al hacer su Primera Comunión estaba, como una niña, colorada por la emoción. Más guapa que nunca. La Virgen Cuando recibía la Eucaristía era como si el Sol se le hubiera metido dentro.


martes, 5 de diciembre de 2017

8. LA PALABRA


Agnósticos
Con frecuencia nos encontramos a gente, que se declaran «agnósticos». No son ateos, ese término es demasiado fuerte. Piensan que «quizá» Dios exista pero que es difícil saberlo, porque dicen que Él no da señales de vida.

–¿Cómo sé yo que Dios existe? Además si existe ¿por qué no se comunica con nosotros?

Quizá esas personas querrían no solo que Dios se comunicase, sino que lo hiciese de la forma que ellos quieren. Es cómo decir que a mí me gustaría entender chino pero sin estudiarlo, sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Desde ese punto vista la ignorancia  suele ser bastante cómoda, y la pereza tiene algo de agnóstica.

Podíamos decir que no hay peor ciego que al que no le interesa oír. Pero es que, además, Dios habla claro, habla en cristiano no en mandarín.

Oír la voz de Dios no es difícil ni complicado, la única condición que se requiere es tener buena disposición. Dios habla de la forma que nosotros podemos entender, «materializando» su Voz, «encarnándose». Pero la encarnación no ocurrió una vez en la historia de la humanidad, sino que la «encarnación» permanece.

Dios continúa siendo hombre, y sigue interviniendo en la pequeña historia de cada uno de nosotros.

Dios nos habla
Ahora mismo nos habla en nuestro interior, y aunque no oigamos su voz humana, en otro momento nos enviará alguna señal. Si buscamos su presencia durante el día diremos como San Juan: «¡Es el Señor!». Por eso la persona que quiere oír la Voz de Dios, no tiene que hacer cosas complicadas, sino mirar a Jesucristo.

María miraba mucho a Jesús, lo «contemplaba». Y la mirada de una madre, siempre acierta, es certera. La Virgen se daba cuenta que a través de Jesús Dios nos enviaba un mensaje de salvación. «Salvación» era la palabra exacta. Jesús es el «Salvador».

También los cristianos estamos en esta tierra para realizar esa misión: «salvar almas». Y la realicemos a través de nuestra palabra. Por eso el verdadero cristiano no puede dejar de hablar de Dios, lo mismo que el sol no pude dejar de iluminar.

Tiene mucha importancia lo que decimos con las palabras, y también lo que hacemos. Porque a veces nuestra palabra se encarna en hechos y entonces es tremendamente eficaz. «La palabra mueve pero el ejemplo arrastra».

Palabras y hechos
No solo hay palabras en la vida de los futbolistas, también hay goles. Se cuenta Wesley Sneijder, el futbolista holandés que fue el autor del gol que eliminó a Brasil del Mundial de Sudáfrica 2010, que se convirtió al catolicismo y recibió el Bautismo. En una nota de prensa titulada «Gol espiritual» se dice que, Influyó en esa decisión su novia, Yolanthe. También lo motivó su amistad con Javier Zanetti, compañero en el Inter.

Sneijder
 ha declarado que fue «a Misa una vez junto a mis compañeros y sentí una fuerza y una confianza que me turbaron» por lo que siguió las clases de catecismo para adultos con el capellán del Inter. Ya en Sudáfrica, explicó que reza todos los días y los domingos va a Misa y comulga con Yolanthe, quien le regaló un rosario que él siempre lleva en su cuello.

«Todos los días recito el Padrenuestro con ella. Busco siempre, antes de comenzar los partidos, una esquina para rezar». Y termina el comentarista deportivo diciendo: «Dios siembra su semilla en todos los campos, incluidos en los de césped»

Y decimos nosotros: cuando la semilla cae en tierra buena da fruto. Porque la Palabra de Dios siempre es eficaz.
Cuentan que hace unos años un rabino anciano le dio un consejo sorprendente un chico joven. Le dijo el rabino: —Busca a Cristo. Yo ya soy viejo; si tuviera tu edad buscaría al Jesús de los cristianos. Efectivamente el Jesús de los cristianos es Dios que se ha hecho hombre.

Jesús es la Palabra que procede de Dios
Tenemos la suerte de que la Palabra divina, Jesús, ha venido a la tierra para anunciar «el Evangelio de Dios». El término «evangelio» viene de las «mensajes»  de los emperadores. Esas proclamas se llamaban así, «evangelios». No eran solamente anuncios, sino que se pensaba que al proceder del emperador eran mensajes de «salvación».

Evangelio de Dios
Los emperadores se consideraban dioses. Trataban a todo el mundo con altanería. Creían que lo que ellos proclamaban, sus «evangelios», tenían la suficiente autoridad como para ser considerados no solo como palabras sino como «hechos». Porque lo que mandaba el emperador «tenía que llevarse a la práctica». Había como un cierto aire de superioridad en lo que ellos hacían y mandaban.

En aquella época el orgullo caía bien, y la virtud de la humildad era desconocida. Los emperadores romanos pensaban que era dioses. Y es ridículo creer que un hombrecillo altanero vaya a salvar al mundo con sus palabras.

Sin embargo San Marcos dice que lo que Jesús predicaba era el «Evangelio de Dios», porque Él puede salvarnos a cada uno de nosotros (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p.74ss).

Jesús es Dios que salva
Por lo visto hace años, un profesor de la universidad pidió voluntarios para hacer trabajos sobre diversos temas. Y como era un anticristiano combativo cuando enunció el título de «la Moral Católica»,  se produjo en la clase un silencio que se cortaba.   Pero un chico se levantó y dio su nombre para hacerlo. Y el día señalado para la exposición oral del trabajo, había cierta expectación, y todo el mundo esperaba que criticase a la Iglesia para congraciarse al profesor. 

La sorpresa fue grandísima cuando este chico hizo una exposición muy clara del catolicismo, sin que faltasen las respuestas a las críticas que el profesor había ido haciendo durante el curso. Y al terminar este alumno dijo:—No he hecho nada más que documentarme, porque yo personalmente, soy judío.

La clase terminó allí sin más comentarios. Pero por lo visto este profesor se permitía, de vez en cuando, ridiculizar, como de pasada, algunos puntos del cristianismo.

Y en una de esas ocasiones, este chico —que era uno de sus mejores alumnos— le interrumpió: —Oiga, yo vengo aquí para aprender historia, no para sufrir su falta de respeto a las creencias de algunos.

Según contaba, sus inquietudes espirituales  fueron en aumento. Casi todas sus preguntas tenían el mismo objeto: la divinidad del Señor. Por lo visto, aunque sus padres eran judíos no practicantes él, cuando tenía catorce años, había sentido un gran deseo de buscar a Dios. Y empezó a practicar el judaísmo. Entonces recibió clases de un rabino, ya anciano, que le tenía mucho cariño. Pero este chico buscaba más, y no encontraba respuesta. Se preguntaba: ¿y las promesas de Dios a Israel? ¿Y el Mesías?

Aquel rabino anciano le dio entonces un consejo sorprendente, que  no se le olvidaría. Le dijo el rabino: —Busca a Cristo. Yo ya soy viejo; si tuviera tu edad buscaría al Jesús de los cristianos.

Y pasado algún tiempo, un buen día fue a ver al sacerdote católico que él conocía, y después de esa conversación le dijo a uno de sus amigos cristianos: —He decidido bautizarme: tengo la fe, creo que Jesús es Dios.

Lo que le sucedió a este chico también nos sucede a todos, pues la Palabra de Dios se ha hecho hombre y quiere una respuesta de nuestra parte. 
                       
El Reino de Dios está cerca
Jesús viene a decirnos que  Dios  se manifiesta «ahora» en la historia humana como el verdadero Señor. Por eso la traducción correcta en vez de «Reino de Dios» podría ser «reinado de Dios». Jesús habla de una cosa que ya sucede, porque Dios  en la actualidad domina todo: es el Señor de la historia humana (Ibidem).

Y la soberanía de Dios en la historia «actual» de los hombres no es nada «vistosa». En «este momento» se parece a un pequeñísimo grano de mostaza. Es como la levadura que hace fermentar la masa, una parte pequeña pero «determinante para el resultado final».

El gobierno de Dios en este mundo es también como la semilla que se echa en un campo, que «tiene distinta suerte» dependiendo de donde caiga.

Cizaña junto a la semilla
Dios siembra con su poder, y la semilla es recibida dependiendo de la tierra dónde va a parar. Las malas disposiciones del que recibe el mensaje del Evangelio hace que la «soberanía de Dios» no arraigue en el alma de esa persona. Hoy en día es difícil que la Palabra de Dios de fruto porque hay muchos obstáculos exteriores. El enemigo no quiere que se hable de Dios, y además pretende que los cristianos caigan antipáticos, sean mal vistos.

Esto siempre ha ocurrido porque el enemigo es viejo y el hombre en cada época siempre se ha considerado moderno. La actitud del enemigo y del hombre siempre han sido muy parecidas. Por eso decía el Señor que en la «actualidad» el Reino de Dios «sufre violencia» (Mt 11, 12). Sucedió  en la vida de Jesús: la Palabra de Dios, que iluminaba al mundo, fue crucificada. Tuvo que morir, como la semilla, para dar fruto. Y sigue sucediendo en la vida de los santos.

El Reino de Dios sigue padeciendo violencia, porque mientras que la semilla crece entre los hombres, el enemigo siembra «cizaña» en medio de ella. Y hasta el final de los tiempos convivirán la semilla de Dios y la cizaña del enemigo (cfr. Mt 13, 23-30). Lo bueno y lo malo está unido en el alma de cada uno. Somos pecadores. Muchas veces infieles a nuestros amigos. Nos portamos mal con Dios pero Él es paciente, porque nos ve débiles.

Cuentan de un ejecutivo destinado temporalmente a Paris,  que recibió una carta de su novia que vivía en Chile.


La carta decía lo siguiente: Querido Alejandro: Ya no puedo continuar con esta relación. La distancia que nos separa es demasiado grande. Tengo que admitir que te he sido infiel algunas veces desde que te fuiste y creo que ni tú ni yo nos merecemos esto, lo siento. Por favor devuélveme la foto que te envié. Con cariño: Marta

El hombre, muy herido, le pidió a todos sus compañeros de trabajo que le regalaran fotos de sus novias, hermanas, amigas, tías, primas, etc. Junto con la foto de Marta, incluyó todas esas otras fotos que había recolectado de sus amigos. Había 57 fotos en el sobre y una nota que decía: Marta, perdóname, pero no puedo recordar quién eres. Por favor, busca tu foto en el paquete y devuélveme el resto.

Ya se ve, que ante el mal, también a nosotros nos gustaría hacer lo mismo: tratar mal a los que se portan mal. La tentación es arrancar la cizaña por la fuerza. Y además hacerla con despecho. Pero aunque parece que esto es lo natural, sin embargo no es cristiano.
El reinado de Dios no intenta ofender a nadie, sino ahogar el mal en abundancia de bien. Jesús es un Rey que avasalla con su cariño.

Pero es Rey
El Reinado de Dios, el Evangelio, son el mismo Jesús. Dios actúa, reina, en la historia humana, a través del Hijo. Pero su reinado es especial. No es Jesús como un rey de este mundo. La salvación de este Rey, Cristo, se proclamó en las lenguas más importantes y difundidas de su tiempo. En griego, latín y hebreo aparecía que Jesús es Rey.

En lo alto de una cruz apareció el letrero con esa señal «publicitaria»: Jesús es Rey. Pero no reina, no salva, como los monarcas de este mundo. Él gobierna «convirtiendo» la maldad humana. Él nos enseña desde la cruz a «reciclar» el mal del mundo. Nosotros podemos «cambiar» el mal en bien. Jesús no solo lo dice sino que lo realiza muriendo.

La Palabra de Dios está crucificada por Amor. Esta es la fuerza que transformará el mundo, que lo salvará. Y nos pide que nosotros también colaboremos en la extensión de su reinado. Que no importa sufrir si es por Amor: así convertiremos el mal en bien.
Es bueno que pensemos que la Palabra de Dios tiene que acampar en cada uno de nosotros, lo mismo que se encarnó en la Virgen. Dile al Señor: –Hágase realidad Tu Reino en mí, gobierna mi vida, yo te dejo.

La Palabra de Dios vale más que infinitas imágenes, pero siempre habrá agnósticos que sean ciegos, nuestra misión es ayudarles.


7. EL VINO

El Evangelio San Juan nos cuenta la petición que hace María a Jesús en una boda. Puede parecer esta petición un tanto especial. Siempre la boda de un hijo es un acontecimiento importante, que pone en jaque a muchas personas: sobre todo a las madres. 

Quizá puede parecer original que, el milagro que pedía la Virgen, no tenga nada que ver con un asunto religioso. También puede parecer raro que este primer milagro del Señor no sea la curación de una enfermedad. Lo que le pedía María es que Jesús interviniese para que la boda de unos amigos no se desluciese por falta de vino. 

Y esto es tan humano, que a algunas personas le puede parecer una rareza. La rareza de la Virgen en aquella ocasión consistió en darse cuenta de lo que poca gente se dio cuenta. 

Si te lees el Evangelio de San Juan se ve perfectamente la sintonía que tuvo la Virgen con las necesidades de los demás. 

Sintonía 
Y esto ¿por qué ocurrió? ¿Por qué la Virgen se daba cuenta de las cosas de las personas que tenía a su alrededor? Esto era así porque tenía sintonía con Dios. Tenía sintonía con las necesidades de los demás porque tenía sintonía con Dios. 

A nosotros nos ocurre lo mismo. También hablando con Dios podemos vencer el egoísmo, eso que nos corroe a veces. 

Pensar en nosotros mismos es fácil, pensar en los demás ya es más complicado. ¿Cómo se consigue? Teniendo sintonía con Él. 

Como refleja el Evangelio María tenía una química especial con Jesús. En aquella situación parecía que el Señor le daba una negativa. La Virgen le hace una petición y Jesús le dice: «todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). 

Pero su Madre sabe que aunque parezca que dice que no, era que sí. Cosa curiosa porque si nos leemos el texto parece que Jesús no accede a la petición. Ella consiguió del Señor el milagro de convertir el agua natural potable en vino

Y ¿por qué en vino? Porque el vino representa la alegría, la fiesta. No era pensable una fiesta sin vino. Pero qué sería una boda sin alcohol. Como suele pasar en las bodas cuando ya el ambiente baila hasta la gente más tímida. 

Pues para los judíos en aquella época el vino era propio de las celebraciones del fin de semana, del sábat. También de la fiesta principal, de la Pascua. Y por supuesto de las bodas. 

El vino alegra el corazón del hombre 
«El vino alegra el corazón del hombre» dice la Sagrada Escritura (S 104, 15). El vino es el símbolo de felicidad, los que están en el cielo se siente una inmensa alegría. 

La gente que está allí parece que está con el «puntillo» cogido, son «bienaventurados». Esta palabra significa «felices», porque a los que están en el cielo la felicidad le sale por los poros. 

Pero hay gente que piensa que Dios es un ser triste. Un sacerdote me decía que una de las primeras correcciones que recibió le llegó de una señora que frecuentaba la iglesia donde él confesaba:

 –Oiga, en el confesonario no se ría. –¿Por qué? Le preguntó este sacerdote desconcertado. –Porque en la Confesión yo tengo que ver en usted a Dios, ¿y cómo voy a verle si usted se ríe? 

Y aquel sacerdote –muy joven entonces– no le contestó nada a esa señora que podía ser su madre, sencillamente le dio las gracias. Pero decía que tuvo pena, pues en ocasiones hemos podido transmitir los cristianos la imagen de un Dios serio, de un Dios antipático, de fácil enfado y siempre triste... A veces hemos dado una imagen falsa de Dios

Y Jesús, que siempre tiene que ir con nosotros, es muy humano y muy alegre. Para eso acudimos a la oración. Y a veces nos resulta aburrido estar allí. Sucede lo mismo que cuando en una boda nos toca sentarnos con una persona sosa. Eso le puede ocurrir al Señor que intente darnos conversación, decirnos cosas, y no consiga alegrarnos la vida. 

Dios es muy humano y muy alegre. No olvidemos que el cristianismo siempre será una explosión de alegría, como fue en los primeros tiempos. La gente se maravillaba de la alegría de los cristianos. Pues si alguna vez en tu vida falta la alegría, que es como el vino, ve a pedirla a nuestra Madre, que aunque tuviese que «forcejear» cariñosamente con Jesús, nos conseguiría la alegría, incluso «adelantando los acontecimientos» si hiciera falta. 

Antes decíamos que la conversión del agua en vino fue un milagro curioso. 

Un milagro curioso 
El milagro que hace Jesús, a petición de su Madre en Caná, parece que no tiene mucha relación con los otros milagros que hace el Señor. 

A nosotros se nos ocurre acudir a Dios para que cure una dolencia, o intervenga para aliviarnos alguna otra necesidad material o espiritual. 

Pero a muy pocos se nos hubiera ocurrido pedirle vino. Pues a la Virgen se le ocurrió. Y quizá nunca hubiéramos pensado que Dios accedería a convertir el agua en un licor que no es necesario para vivir. 

Nos resulta muy audaz la petición de la Virgen, y querríamos portarnos con el Señor con la misma naturalidad que tiene María. 

Pero por qué estamos viendo nosotros esto del vino. Es que en la vida de Jesús –como en nuestra vida de cristianos– todo lo que ocurre sucede por alguna causa. 

Por eso nos preguntamos (como hace el Papa Benedicto) por el sentido que tiene este milagro: que Jesús proporcione tan gran cantidad de vino —unos 520 litros— para una fiesta privada. ¿Tendrá algo que ver esto con su misión de redentor, o es solamente una anécdota simpática al margen de lo que tenía que hacer en esta tierra? 

Quizá puede parecernos que calificar las bodas de Caná como un suceso importante en la vida del Señor es buscar los cinco pies al gato, o rizar el rizo teológico excesivamente. 

Para muchos este milagro tendría que ver con un femenino capricho de la Virgen al que Jesús no se quiso negar, aunque Él tuviera que adelantar sus intervenciones milagrosas. 

Pero como nos hace ver el Evangelio no se trata de un lujo caprichoso, sino de algo que tiene mucho que ver con lo que Jesús tenía que hacer (cf. 2, 1-12). 

Para empezar el Evangelista San Juan dice una cosa «clave» para entender todo esto. Nos hace una indicación temporal simbólica: «Tres días después había una boda en Caná de Galilea» (2,1). 

Parece recordamos los tres días que pasaron entre la muerte y la resurrección del Señor (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p. 296 ss). Y hay otro dato importante: Jesús le dice a María, su Madre, que todavía no le ha llegado su «hora». 

Anticipar la Cruz y la Resurrección 
Pues, la hora de Jesús comenzó en la Cruz. Era precisamente el preciso momento en el que los corderos de la Pascua eran sacrificados. Y Jesús derramaba también su sangre como el verdadero Cordero. Cuando en Caná Jesús habla a María de «su hora», es la hora de la Cruz, que Jesús va a anticipar. 

Esto es lo que está haciendo el Señor en Caná. Jesús, ante el ruego de su Madre, anticipa simbólicamente, claro, su hora. De esta forma se entiende lo que pasa. 

Y además dio una señal. Cuando Dios interviene y hace una cosa lo hace a lo grande. Porque la señal de Dios es siempre la sobreabundancia. Dios se excede, por el cariño que tiene por cada uno de nosotros. Y este «derroche» Dios se ve especialmente en la Cruz. Y también en Caná, se ve simbólicamente este «exceso» de Dios en el «derroche» de vino. 

La alegría del vino está unida al sufrimiento. Esto es lo que nos enseña el Evangelio: la alegría junto al sufrimiento. El vino no es sólo símbolo de alegría, también simboliza el cáliz de la pasión, la copa de la pasión. 

Pero el vino del sufrimiento no es triste. Jesús nos enseña que el sufrimiento no es triste porque en nuestra vida la cruz está siempre unida a la resurrección. Si hay cruz también habrá resurrección. Precisamente la cruz nos lleva a la alegría. 

Podemos estar pasando una mala temporada, pero de todo eso sacará el Señor grandes bienes. Precisamente Caná es un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios, el derroche de Dios, en Dios que se nos entrega. Es una boda. 

La boda 
En Cana una boda se convierte en una imagen: la boda de Dios con su pueblo. Jesús en alguna ocasión se presenta como el «novio» (cf. Mc 2, 18s). Dios y el hombre celebran unas bodas, se hacen uno: eso significa el matrimonio. 

Dios y el hombre se hacen uno en Jesús, que es Dios y hombre a la vez. Y el vino nos habla de esta fiesta definitiva que Dios ha preparado. En esta boda en la que Dios se une con el hombre el agua tiene un significado. 

El agua además de para beber o lavarse era utilizada por los judíos para la purificación. Juan el Bautista emplea precisamente el agua como signo de conversión. Pues el agua que utilizaban los judíos para la purificación se transforma en un signo de alegría. El agua de nuestra vida se puede convertir en vino. Esta es la enseñanza. 

El agua corriente se convierte en vino 
El agua de la purificación, que mandaba la Ley, se transforma en símbolo de la caridad. 

En nuestra vida tenemos que purificarnos, y el agua es signo del arrepentimiento. Si se lo pedimos a María conseguirá que las cosas de cada día se conviertan, cambien. Se transformen en cosas alegres, en este vino especial. Porque nosotros estamos invitados a esa boda. 

Invitados a la boda 
Además de San Juan, otro Apóstol que estuvo presente fue Natanael. Como es sabido, Natanael, era del mismo Caná de Galilea. Aunque era un hombre muy recto, la verdad es que no tenía muy buena opinión de la gente de Nazaret. 

Y su amigo Felipe no quiso contestarle sobre si de Nazaret podía salir algo bueno o no. No se iba a poner a discutir. Lo que hizo su amigo Felipe fue presentarle al Señor para que él juzgara por su cuenta si Jesús de Nazaret era el Mesías. 
  
Como sabemos cuando Natanael se encontró con el Maestro desaparecieron inmediatamente todas sus dudas. Esto es lo que tenemos que hacer con la gente llevarla al Señor

Pero, por si fuera poco, unos días después del encuentro de Natanael con Jesús, hubo una boda en su pueblo. Ya sabemos lo que pasó. Cuenta una leyenda1 que su amigo Felipe aunque era tímido y con un humor muy fino, cuando apareció el vino nuevo, le arrimó un vasito a Natanael y le dijo: 

–Prueba, a ver si te parece que de Nazaret puede salir algo bueno... 

Pero fue gracias a María por lo que Caná de Galilea estuvo a punto de llamarse Caná de la Frontera.


FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías