lunes, 6 de febrero de 2012

LOS AGOBIADOS. Durante los exámenes «el movimiento de los agobiados» tiene un alcance global, pero no hay que olvidar que es un fenómeno de muchas épocas del año.

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Podemos decir que tenemos «el agobio» como un compañero de viaje. No solo el agobio, sino también la fatiga, el cansancio, la enfermedad son compañeros inseparables de nuestra vida. 

Compañeros de viaje 
Con frecuencia estamos agobiados, cansados e incluso enfermos.
El Evangelio nos cuenta como el Señor cura a la suegra de san Pedro de unas fiebres que tenía. No parece que fuese una enfermedad muy grave, pero sin duda era una cosa molesta (cf. Mc 1, 29-39). 

Pero el cansancio y la enfermedad también tiene su cosa positiva, que nos hacen ser personas más humildes. Con el agobio y las preocupaciones nos vemos necesitados de la ayuda de los demás, y nos hacemos menos autosuficientes, y creídos. 

Aunque Dios no quiere el dolor ni la enfermedad, sin embargo la permite, porque con frecuencia la enfermedad nos hace mejores. Dios es nuestro Padre, y aunque las enfermedades las hayamos provocado nosotros, no obstante quiere curarnos. Podíamos decir que Dios es médico.

El Médico
En nuestra sociedad la figura del médico ocupa un papel relevante en la vida cotidiana. En el libro de Job se nos habla de los días del hombre sobre la tierra, que están llenos de incertidumbres y malos ratos (cf. 7, 1-4. 6-7): noches en las que se cansa uno de dar vueltas en la cama hasta que llega la hora de levantarse. Los agobios Quizá lo que nos hace sufrir más son los agobios. 


La palabra agobio viene de «gibus» joroba. Una persona agobiada es como si llevara una mochila pesada, que quiere quitarse pero no puede. El agobio es una enfermedad muy extendida en la actualidad. Hay gente que tener novia le parece agobiante, rezar le agobia porque piensa que piensa que Dios puede pedirle algo que no se quiere entregar; y por supuesto le agobian los exámenes. 

Esto siempre ha ocurrido. No es un fenómeno nuevo, aunque desde la época de Job hasta nuestros días ha cambiado de nombre. Por ejemplo en los felices años 80 del siglo pasado se hablaba de los «traumas»: –Han suspendido a mi hijo, y está con un trauma horrible


Más adelante se pusieron de moda los síndromes, que tanto contribuyeron a dar trabajo a los psicólogos. En la década de los 90 se hablaba del «síndrome de la madrugada del domingo» o del «síndrome post-vacacional» Y lo peor de todo esto es no tener a quién acudir: sentirse solo ante el agobio. Porque todos necesitamos a alguien con quien descargar nuestras preocupaciones. Por eso uno de los salmos dice: «Deja tus preocupaciones en el Señor, y Él te sostendrá». Y esto es lo que vamos a hacer ahora en nuestra oración, descargar todo lo que nos agobie el corazón. Porque necesitamos curar las heridas de nuestro corazón. 


Alguien que sane el corazón partido 
Todos vamos buscando que nos quieran, que nos curen nuestro corazón tantas veces desgarrado. Y a veces es complicado que alguien nos comprenda y sane nuestras heridas interiores. Para curarse las heridas del corazón –que son las que más duelen– el hombre ha recurrido a todo: estimulantes, morfina, viajes, e incluso comprar el afecto de otras personas. Pero el sexo en cuanto droga, promete mucho pero da poco, porque es un sucedáneo del verdadero amor. Solo Alguien que fuese Dios podría sanar nuestros corazones desgarrados. Por eso le repetimos al Señor que cure nuestras heridas internas, que son las más dolorosas (cf. Sal 146).


Un hombre bueno 
Lo que caracteriza a un hombre bueno es que es capaz de compadecerse (padecer con). La compasión es sinónimo de humanidad. Todos necesitamos un desaguadero, echar fuera el agua que supera nuestro recipiente. Hay momentos en los que estamos desbordados, y debemos abrir las compuertas de nuestro corazón. Necesitamos de los demás, echar nuestra carga en ellos, compartir nuestros momentos de ansiedad. Somos humanos, y la compresión es para nosotros como el comer. Quizá la principal ayuda que podemos hacerle a alguien es intentar comprenderla. Meterse en su piel. Ponerse a su altura. Comprender es lo mismo que entender. Captar su forma de pensar. Rebajarse a su nivel. ¡Qué difícil es entender a una persona! Solo una persona que es capaz de querer es capaz de entender. No se trata solo de escuchar, sino de hacerse cargo, de sufrir las enfermedades del otro. Por eso san Pablo, que era muy buena persona, fue capaz de rebajarse por los demás: siendo libre, hacerse esclavo, y con los débiles sufrir sus debilidades (cf. 1 Cor 9, 16-19. 22-23). Pero no pudo hacer más porque aunque era santo no era Dios. Llega un momento que uno no puede hacer mucho: se queda ahí. 

Un Hombre que es Dios 
Es Jesús el que nos cura. Por eso estamos acudiendo a Él. Carga con nuestras enfermedades (Mt 8, 17). No solo se compadece de nosotros sino que nos cura. Toda la vida pública de Jesús se la pasó curando enfermedades. Un ejemplo (cf.: Mc 1, 29-39) cuando el Señor cura una gripe, bueno, quizá no una gripe exactamente, sino la fiebre de la suegra de san Pedro. Así que el Señor es médico, que cura todas nuestras dolencias. Por eso en nuestra oración le hemos de ver así con su bata blanca, y sin prisa para atendernos. Aquí está: el Señor no tiene prisa… No como los médicos de la Seguridad Social, que en una mañana tiene que ver cantidad de pacientes. 

El Señor tiene todo el tiempo del mundo para nosotros. Y es muy importante seguir los consejos que nos da el Señor, porque Él sabe recetarnos lo que nos hace falta. El Papa Benedicto no dice que hay un consejo del Señor que le hace mucho bien: «Considero muy importante para mi vida entera esta frase del Señor: “No os agobies por el mañana, cada día tiene su propia preocupación” ». 


Uno puede decir: –Dios mio, como se presenta febrero…, quien estuviera ya en el día veinte. Pues el Señor dice: «no te agobies por el mañana, cada día tiene su propia preocupación». Sigue el Papa: «La preocupación de un día es suficiente para el hombre, más no se puede soportar». Y termina diciendo este hombre tan santo y tan listo: «Por eso procuro concentrarme en resolver el afán del día de hoy, y dejar lo otro al día de mañana». 


 «Venid a mí –dice Jesús– todos los que estáis fatigados y agobiados, que yo os aliviaré». El Señor quiere que vayamos a Él. Por eso estamos aquí haciendo oración. «Venid a mí los agobiados, que yo os aliviaré». La verdad es que no dice que «Yo os aprobaré», lo sentimos… Hay que poner los medios.

V DOMINGO, CICLO B

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