domingo, 19 de febrero de 2012

14 DE FEBRERO: COMO EL TICTAC DEL CORAZÓN


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Regalos
El 14 de febrero es el día de los enamorados. Muchos esperan, de la persona que quieren, un detalle de cariño. Ese día se envían muchas rosas rojas, blancas, o amarillas, según lo que se quiere decir con el lenguaje de las flores.

En un colegio Mayor de Granada en el que trabajé, si alguna no recibía ningún regalo, por la tarde su madre le mandaba una rosa, desde Murcia.

Es un día donde el amor de hombre espera recibir algún regalo. Y Dios, que es muy humano también regala rosas a sus amigos.

En un día como ese San Josemaría recibió de Dios dos regalos impresionantes: eran verdaderamente obras de arte de Dios, Opus Dei.

En un día como ese, un catorce de febrero recibió del Señor la iluminación sobre las mujeres, y en otro catorce de febrero sobre los sacerdotes.

Las obras de Dios son siempre acabadas, que eso significa per-facto, perfectamente hecho. Y de este modo ya estaba completo el Opus Dei. Por eso es un día de acción de gracias, por los regalos tan buenos que nos hace.

–Gratias tibi, Deus. Gratias, tibi.

Este es el latir de nuestro corazón en un día como el de hoy. Es la oración del corazón: –Gracias, Señor. Gracias

Gracias a Dios,  porque el trabajo que realizan las mujeres es insustituible en el Opus Dei, lo mismo que en la Iglesia.

Y no digamos el de los sacerdotes: que dan el alimento espiritual, realizan la limpieza del alma, y hacen que la familia esté unida y contenta.

Para realizar todo esto es necesario, que todos: mujeres, laicos y sacerdotes, tengamos un solo corazón, que marche al unísono junto con el de nuestro Señor. 

Como se decía de los primeros cristianos, cor unum et anima una, que tenían un sólo corazón.

El corazón
Hoy 14 de febrero es un día para hablar del corazón con el que tenemos que amar al Señor y a los demás.

El corazón tiene que estar unido a Dios. El corazón no puede vivir sin estar unido a la cabeza. Y tampoco debe latir a su aire.

Nuestro corazón debe estar unido a Dios, desde luego, pero debe estar unido al Señor de forma continuada. Podíamos decir que debe conservar el ritmo.

Por eso San Josemaría decía

 A veces da gusto veros funcionar —decía a sus hijas con orgullo—: marcha bien vuestra vida interior, trabajáis constantemente, hacéis apostolado. Pero de repente hay como un frenazo y reducís la marcha.

Y, ¡eso no puede ser! Vuestra vida tiene que tener un ritmo uniforme, como el tic-tac de un reloj. Para conseguirlo, el secreto es cargarla con la cuerda del amor de Dios

Para que el latir de nuestro corazón sea acompasado, sin taquicardias, ni bajones, necesitamos que el Señor nos de cuerda.

La cuerda es la oración, la pila que nos recarga nos llega de fuera gracias a los sacramentos.

Pero son muy importante nuestras disposiciones interiores: la maquinaria debe estar en buen estado.

Esto parecen cosas teóricas. Puede parecer que los que seguimos a Dios no tenemos los pies en la tierra.

Románticos
Desde luego los santos siempre han parecido alejados de la realidad, un poco románticos. Una de las primeras del Opus Dei, con total sencillez le dijo a San Josemaría:

—«Es que Vd. piensa cosas, con la imaginación, y nos pide imposibles».

En cierta forma es verdad: el Señor nos pide imposibles. Y desde luego nadie puede ganar a Dios en imaginación.

Antes decíamos que nuestro corazón tiene que latir con ritmo uniforme, pero esto no quiere decir que el amor que le tenemos tenga que ser ordenadito y versallesco con un jardín francés.
El amor que han tenido los santos, ha sido desbordante los árboles de los parques románticos. San Josemaría decía de si mismo que era el último romántico: era muy amigo de libertad y de la iniciativa.

Así debe ser pues el amor cuando es intenso tiene poco de civilizado, de amaestrado, sino que es impetuoso como el cariño de María Magdalena.

 Así lo expresa la letra de una canción, que dice:

Yo no quiero amor civilizado.
Yo no quiero vecinas con puchero
columpio en el jardín.

Yo no quiero catorce de febrero,
ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero que compres mi champú.

Yo no quiero amor civilizado.
Lo que quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo, si te matas,
y matarme contigo si te mueres,
porque amores que matan nunca mueren,
porque amores que matan nunca mueren...

Esto puede resultar poético y romántico, pero poco realista. Porque la vida –dicen– que es dura.

La vida es dura
Desde luego los comienzos de la labor de las mujeres en el Opus Dei no fue fácil.

A principios de curso del año 1941 tres comenzaron a atender la administración de la primera residencia de estudiantes, que como había dicho San Josemaría meses atrás, «la Residencia de la Moncloa sería el escaparate de la Obra».

«Estaban ya casi en la Navidad y el funcionamiento de la administración de la Residencia era —según el honrado saber y entender de aquellas mujeres— un escaparate de desastres».

«Las chapuzas de los albañiles y los arreglos de los fontaneros, hechos deprisa y con malos materiales, propios de la posguerra, hacían interminable la presencia de obreros en la casa.

Las instalaciones eran defectuosas; las dificultades de abastecerse, cada vez mayores; y el número de residentes, muy elevado.

Las dificultades fueron minando paulatinamente el optimismo, las energías y la paz interior de las administradoras.

De manera que, al acabar el primer trimestre, habían dado al traste con aquel consejo de que nuestra vida debe tener ritmo uniforme, como el tic-tac de un reloj.

Además, con el afán de dedicar más horas al trabajo, las robaban al sueño.

Hacía algún tiempo que no habían visto al Padre. Las jornadas prenavideñas habían sido de mucha brega, y coincidían con un final de trimestre.

Se acumuló el trabajo. Los estudiantes marchaban de vacaciones y reclamaban la ropa de lavandería antes de la fecha fijada.

Algunas empleadas del hogar fueron a pasar esos días de fiesta con sus familias. Y, por si era poco, se les echaron encima los preparativos propios de la Navidad.

El cariño de un Padre
El 23 de diciembre fue por allí el Padre. Iba a felicitarles, por adelantado, las fiestas»

«Llamó a Nisa y a Encarnita...No tenían nada especial que contarle, salvo la desazón por la que atravesaban. Confiada y espontáneamente se desahogaron ambas.

El Padre, paciente y sereno, las escuchaba con atención. De cuando en cuando las interrumpía, dándoles ánimo y asegurándoles que aquello no duraría mucho.

— «Además, como tenemos tanto trabajo
le explicó una de ellas–, no tenemos tiempo de hacer la oración y la hacemos trabajando y, prácticamente, sin darnos cuenta de que hablamos con Dios...»

— «Es que Vd. piensa cosas, con la imaginación —intervino tímidamente la otra—, y nos pide imposibles»

De repente aquel sacerdote, fuerte ante las contradicciones, hundió la cabeza entre las manos y rompió en sollozos»

Es que usted piensa cosas con la imaginación, y nos pide imposibles. Desde luego era una crítica un tanto demoledora, sería como para echarse a llorar. Pero San Josemaría no lloró por eso.
               
Las lágrimas de un santo
Se lo dijo él mismo a una de ellas:

«Lloré, hija mía —decía el Padre a Encarnita—, porque no hacíais oración. Y, para una hija de Dios en el Opus Dei, el trabajo más importante, ante el que hay que posponer todo lo demás, es éste: la oración»

Efectivamente este es el arma del Opus Dei, así nació, así se ha desarrollado, y así seguirá. El «secreto» no es el trabajo, sino la oración, por eso se trata de convertir el trabajo en oración.

Enamorados
Hoy día de los enamorados. Es un día de regalos: una flor, una caja de Ferrero-Rocher,  o un aire de Loewe.

En alguna ocasión me pidieron consejo para regalarle a una chica en un día como hoy. Con la experiencia que dan los años me atreví a insinuar unos bombones de una marca conocida.

El chico, efectivamente, le compró una caja pequeña, de unos bombones baratos.

Ella fue con su madre al Corte Inglés para comprarle la mejor marca de perfume para hombres.

Y mientras ella le entregaba su regalo, él –un médico prestigioso– se encontraba ridículo con su cajita de Trapa.

Pero la cosa se arregló, pues  después de unos meses le regaló una pulsera, que le costó dos sueldos mensuales.

Ella también le regaló un reloj. Ya se ve que son regalos tradicionales. Ojalá nuestra Madre –la Fundadora del Opus Dei– nos regale el reloj para marcar el tic-tac de nuestro corazón romántico. Así se lo pedimos.

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