lunes, 26 de septiembre de 2011

LA SORDERA: Obediencia viene de «audiencia». Muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta sino que nos manden.

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Las personas emprendedoras cuando miran su vida ven cosas que hay que mejorar.

Sin embargo los mediocres están a gusto y piensan que no tienen necesidad de cambio.

Los tibios creen que los que tienen que cambiar son los demás.

Todo depende de cómo se miren las cosas. Hay personas que observan la realidad con una lente de aumento para ver lo que sucede fuera. Los defectos ajenos se ven con lupa, y los propios aparecen muy pequeños.

Es la misma lente que dependiendo de cómo se emplea ve en grande o

En su vida, nuestro Señor habló también a ese tipo de persona cumplidora, que se encontraban a gusto consigo mismo.

Y Jesús les dice que las prostitutas y los pecadores de adelantarán en el Reino de los cielos (cf. Mt 21,28-33).

Estas palabras de Señor quizá desconcertaron a sus contemporáneos, pero son verdaderas. La experiencia enseña que es muy difícil que cambien una persona que se considera buena.

Sin embargo una pecadora –al mirar su vida– tiene más facilidad para convertirse. No he de extrañar que algunos santos hayan sido grandes pecadores.

Y como ha dicho Benedicto XVI: «Todo santo se ha hecho a partir de un ser humano pecador, tal y como todos hemos venido al mundo».

Pero algunas personas no ven las cosas así: no observa sus errores, sino los de los demás. Por eso decía Teresa de Jesús: «Miremos nuestras faltas y no las ajenas».

Porque con mucha facilidad vemos la mota en el ojo ajeno, y no somos capaces de mirar que en el nuestro hay un leño.

En nuestra vida sucede como dice el Señor de que a veces decimos a nuestro Padre Dios que vamos a trabajar en su viña, y luego no vamos.

Y otras veces que decimos que no, y después nos arrepentimos, y vamos a trabajar en sus cosas (cf. Mt 21,28-33).

Como ha dicho Benedicto XVI en Alemania: « El daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres».

LA SORDERA

Con frecuencia el pueblo elegido por Dios tenía debilidades, y el Señor les pedía que se convirtiera (cfr. Ez 1,25-28).

Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto (cfr. Salmo responsorial: 24).

San Pablo que era judío habla a los cristianos para que tuviesen los mismos sentimientos de Jesús (cfr. Flp 2,1-11).

Y los sentimientos del corazón del Señor están en sintonía con los de su Padre: Jesús llega hasta el extremo, se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte.

En nuestro caso si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor hemos de hacer caso a Dios.

Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.

Como estamos inclinados al orgullo hacemos más a gusto lo que nadie nos manda. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.

Pero podemos rectificar tal y como dice el Señor en el Evangelio (cfr. Mt 21,28-32). A Jesús le agrada que recapacitemos.

Por eso la conversión no puede darse sin la obediencia, que una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.

El verbo obedecer viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.

Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el que caso del David. Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió.

Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escuchaban la voz del Señor. Este fue el caso del primer monarca de Israel. Y Dios no quería sus sacrificios sino su obediencia.

La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.

XXVI DOMINGO A, 25 septiembre de 2011

jueves, 22 de septiembre de 2011

LA PROPINA

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Hace unos años leí un libro titulado «El español y los siete pecados capitales». Y decía que –en aquella época–, el pecado más común de los españoles era la envidia.

Pienso que eso no será verdad, porque la envidia es muy mala. La envidia consiste en entristecerse por el bien que tienen los demás.

Hace falta ser muy rastreros para no alegrarse de que los otros reciban cosas buenas.

En el Evangelio, san Mateo nos cuenta una de las parábolas del Señor en la que Jesús habla de unos que protestan contra Dios porque es generoso con otros. Se enfadan porque Dios a otros les da más de lo que en realidad le correspondería.

Está claro que el Señor a todos nos dará el jornal después de haber trabajado en esta vida.

El Señor por colaborar con Él nos dará la vida eterna. Como se la dio a San Pablo, que tanto había trabajado en la viña del Señor. San Pablo llegó a decir que para él morir era una suerte. Pero que si para los cristianos era bueno que se quedase el aceptaba estar todo el tiempo que hiciera falta.

San Pablo trabajo mucho en la expansión de la Iglesia. Años y años extendiendo el Evangelio.

Sin embargo no todo el mundo ha hecho lo mismo. Ha habido santos a los que el Señor llamado a última hora, como al buen ladrón, que se convirtió en menos de un día. Estuvo poquísimo tiempo siguiendo al Señor: unos ciento ochenta minutos, aproximadamente.

Y también es santo. El primero canonizado por la Iglesia, por El Cabeza de la Iglesia, por es el mismo Jesús, que fue quien le dijo: «hoy estarás conmigo en el Paraíso». Dimas que era el último se adelantó al mismísimo san Pedro, que debía ser de los primeros. Ya Jesús lo había dicho: –Mucho últimos serán primeros.

Y al explicación de todo esto nos la da Sagrada Escritura en el libro de Isaías: lo que quiere el Señor, lo que busca es que el malvado abandone su camino.

La lógica de Dios es la del perdón. Y a nosotros perdonar determinadas cosas nos cuesta mucho. Ya se ve que los caminos de Dios son distintos a los nuestros.

Nosotros algunas veces somos egoístas y envidiosos. El Señor siempre es un padre bueno.
En la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid llamaba la atención los doscientos confesonarios situados en el Parque del Retiro, junto a la imagen del Ángel Caído. Allí junto a una de las pocas imágenes en dedicadas a Satanás la gente salía contentísima de los confesonarios.

Es paradójica esa coincidencia: el monumento al que introdujo el pecado junto a la llamada Fiesta del Perdón.

Por eso repetimos en el salmo que el Señor es misericordioso y está cerca de los que le invocan.

El Señor es bueno con todos. No como nosotros, que a veces con algunas personas no nos portamos bien, porque nos desagradan. Y Jesús nos pide que seamos perfectos a la manera de nuestro Padre celestial.

«Sed misericordioso como celestial es misericordioso». Dios carga con nuestra miseria. Es lo contrario a la envidia.

No solo no se entristece con el bien que tienen los demás, sino que goza haciendo regalos a todo el mundo, incluso a los que son malos.

Al hablar de algún monarca se dice que es «su graciosa majestad». Y no es que la reina de Inglaterra sea especialmente divertida, sino porque algunas cosas las concede, gratuitamente,graciosamente.

Al no tener obligación de hacerlo: lo realiza movida por su generosidad. El Evangelio nos habla de un señor que da una propina generosa a algunos que trabajan para él (Mt 20,1-16).

Pero los compañeros que no han recibido la gratificación se quejan de que sólo los que ganan menos han recibido un plus.

Les parece injusto porque aquellos no han trabajado a jornada completa y acaban recibiendo lo mismo.

Quizá muchos de nosotros hubiéramos dicho lo mismo que esos trabajadores del campo que protestaban.

Y por eso el profeta Isaías dice que Dios tiene otra forma de pensar distinta a la nuestra (Primera lectura de la Misa: Is 55,6- 9): «mis planes no son vuestros planes».

El caso es que Dios no da porque tenga obligación, sino porque le da la gana. En definitiva es porque nos quiere.

Amar es regalar, tienen como lema algunos grandes almacenes. Y ojalá que nos regalaran algo cuando vamos, en vez de tener que pagar. Pero el Señor no nos incita a regalar, para sacar negocio. Nos invita a pensar en los demás.

Así actuaron los santos (cfr. Segunda lectura: Flp.1,20c-24.27a). Nos imaginamos a la Virgen siempre dando, sin esperar nada: Ella si que es graci
osa.

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