viernes, 25 de septiembre de 2009

HARAMBEE

Dedicado a María Fernández Balsera

EL CIELO EN LA TIERRA

El Señor, a una persona muy santa del siglo pasado le dijo lo siguiente: difunde la alegría por donde quiera que pases.

Esto sería el cielo en la tierra. Que todos estuviéramos contento y unidos.
El marxismo intentó hacer un cielo en la tierra y no lo consiguió. Para eso construyeron muros, que aislaban los «paraíso comunistas» del resto del mundo.
Hace unos días llamé para felicitar a una sobrina. Y lo que pasa con estas, estaba en Berlín con unos amigos, y le dije:

-¡¡¡Qué estás en Berlín!!!!

-Sí es que hemos pillado uno de esos vuelos baratos. Respondió
-¿Oye? le dije, mándame un trozo de muro

-Sí, sí, te lo voy a mandar.

Yo pienso que habría bebido alguna cerveza, porque la vi más contenta que nunca. Por supuesto sin pasar del punto.

Después de una semana, me llegó una postal desde Alemania con un trocito de muro de Berlín.

Estaba metido en una cajita incrustada en la postal. La verdad es que los alemanes han hecho del muro una reliquia.

En la postal, me decía mi sobrina:

-Querido tío ahí tienes tu trocito de historia.

Lo comunistas quisieron aislar su mundo del de occidente. Aquello era como una cárcel: se podía entrar pero no salir. Muchos se pasaban a nuestra zona jugándose la vida. Muchos murieron.

Era el muro de la vergüenza, o también llamado Telón de acero. Dentro de los muros no te podías fiar de nadie, había escuchas telefónicos y, además tu propia familia y vecinos te podían delatar y condenarte por antirrevolucionario.

La gente estaba triste. Había museos sobre el ateísmo, en vez de religiosos. Querían inculcar a la gente desde pequeños que se podía vivir sin Dios. Fue un auténtico fracaso.

Ahora en Rusia y en los países satélites hay un florecimiento espiritual. Me decía un sacerdote rumano que, en su país, la religión está de moda. Y esto ocurre en muchos países del este.

Yo conservo la postal del muro de Berlín como una reliquia que me recuerda lo que le dijo el Señor a esa persona santa: difunde la alegría por donde quiera que pases.

Los cristianos conseguiríamos que el cielo se hiciera presente en la tierra si viviéramos como nuestro Señor. Pero hemos de empeñarnos todos a una.
Decía Juan Pablo II: construyamos puentes, no muros de separación.

TODOS A UNA
Porque la tendencia de la gente es la de ser exclusivistas. Separarnos de los demás e ir por libre está muy generalizado.

A veces, ni siquiera nos gusta el bien que hacen los demás, incluso lo criticamos.
Inconscientemente, algunos piensan que el bien no es bien si lo hace otro. Y el mal no es tan malo si lo hago yo.
–¡Cómo va a ser pecado esto si lo he hecho yo!

Criticamos el mal que hacen otros y justificamos el nuestro.
Una persona que trabaja en una ONG, me contaba el otro día que, estando en el norte del Congo, en una zona de pigmeos, fue a un dispensario médico.
Allí vio a una señora con su hijo recién nacido. Para tener un detalle con ella, le preguntó cómo se llamaba el niño.
La madre le respondió con un nombre en lingala, una de las lenguas del país.

Al oír el nombre, le preguntó: -Y eso ¿qué significa?

-Significa: “Siempre habrá alguien que te critique aunque hagas el bien”.

MIRAR O AYUDAR
En esta tierra todo lo que hacemos influye en las personas.

Y, lo que más desune, a veces, son los pensamientos y las críticas. Hay quienes van a un sitio y siempre ven lo negativo: las manchas.
En ocasiones hay personas que siempre ven pegas en lo que se les ocurre a los demás.
En vez de impulsar las opiniones de otros, ven siempre inconvenientes. Parecen jueces o fiscales, pero no madres. Así consiguen que nadie aporte nada.
Pero Jesús no vino a juzgar sino a ayudar. Y así también los cristianos.
Pero también hay otra forma de vivir, que es pasiva: mirar, sólo mirar, e ir a lo nuestro.

SI NO ES MI ENEMIGO ES MI AMIGO.
Es curioso, pero algunos suelen pensar que el que no es amigo es enemigo.
Para el Señor es al revés: si no es mi enemigo, tiene que ser mi amigo.

El Evangelio habla de un apóstol que se molestó porque uno, que no era discípulo del Jesús, hacía milagros (cfr. Evangelio de la Misa).
Eso también pasó siglos antes, cuando hubo quien se enfadó porque varias personas que no estaban con Moisés recibían dones especiales de Dios.
Y Moisés, con sentido común, se alegró que aquellos recibieran esas gracias del cielo.

Por eso dijo: Ojalá todo el mundo profetizara. No había que desconcertarse porque otros hicieran el bien (cfr. Primera Lectura de la Misa).

Nos parece que lo nuestro es lo mejor. Si lo propone otro, en cierta forma nos molesta, porque lo bueno es lo que se me ocurre a mí.
Al final, con esa actitud, en torno a nosotros creamos un muro. Quizá con nuestras reliquias podrán hacer postales.

Sin embargo, esta tarde el Señor nos dice: difunde la alegría por donde quiera que pases.

Porque, detrás de la alegría, está el pegamento más fuerte:

SUPERGLÚ
San Josemaría, estaba viendo una película de cine que protagonizaba Ingrid Berman.
Trataba de unas chicas que estaban en una ONG trabajando en una misión en un país pobre.

Como tenían bastantes dificultades, acabaron peleadas unas con otras.
En el intermedio, a los que tenía a su lado, san Josemaría comentó: -Eso les pasa porque no tienen al Señor en la Eucaristía.
Nosotros tenemos a Jesús aquí. Y donde está Él, está la alegría y la unidad.
Porque la Eucaristía es el Sacramento del Amor. Y la virtud cristiana de la Caridad, del cariño, es el mejor superglú.

Si tenemos dificultades unos con otros, tenemos que venir al sagrario. El Señor quita los muros, es un ingeniero que hace puentes que parecen imposibles.
Por eso Jesús, en un momento importante, en la Primera Misa, pidió que todos fuéramos uno.

La unidad de unos con otros se realiza en la Eucaristía, en la común-unión.

TODOS A UNA
Si queremos hacer el cielo en la tierra, hemos de vivir la caridad que es lo que une.

En Kenia hay una palabra que expresa justamente esto, significa Todos a una. En suagili es Harambee. En castellano diríamos Fuenteovejuna.

Un chico universitario cuenta su experiencia de un viaje a Kenia.

Un día fue con otros voluntarios a un hospital que tienen allí las monjas de la Madre Teresa de Calcuta.

Te leo sus impresiones. Al llegar al sitio noté un contraste fortísimo entre las hamacas llenas de niños enfermos y lloriqueando, con los limpísimos trajes blancos y azules de las Hermanas de la Caridad, que rebosaban alegría.
Yo me quedé bloqueado en mitad de la habitación. Nunca había visto nada igual.

Mis compañeros universitarios se pusieron en seguida a trabajar siguiendo las indicaciones de las hermanas.

Entonces, una monja me preguntó en inglés:

–¿Has venido a mirar, o quieres ayudar?

Sorprendido por la pregunta tan directa, le contesté muy cortado:

–A ayudar...
Entonces me dijo esta hermana de la caridad:

–¿Ves a ese niño de allí, el del fondo que llora?

Lloraba mucho, pero sin fuerza.

–¿Cuál? ¿ése? (le dije señalándolo).

–Sí. Pues tómalo con cuidado y tráelo. Lo bautizamos ayer.
Lo cogí y lo noté con bastante fiebre. El niño tendría un par de años.
Habría que ver la pinta que tendría este chico universitario cogiendo un niño africano, sin saber muy bien qué hacer con él.

Por eso la monja, que se dio cuenta, le dijo:

–Ahora dale todo el cariño que puedas...

–No entiendo... (le respondió).

(La verdad es que para un hombre es una situación un poco curiosa, porque no somos precisamente unos máquinas de la ternura).
Por eso, la hermana le volvió a repetir:

–Pues, que le des todo el cariño de que seas capaz… A tu manera...
(Y, sigue diciendo el chico):

-Entonces, me dejó con el niño.

Le canté, le besé... dejó de llorar, me sonrió, y se durmió...
Al cabo de un rato busqué llorando a la hermana:
–Hermana: no respira...

La monja certificó su muerte. Y me dijo:

–Ha muerto en tus brazos... Y tú le has adelantado quince minutos, con tu cariño, el amor que Dios le va a dar por toda la eternidad.
Entonces entendí tantas cosas: el cielo, el amor de mis padres, el amor del Señor, los detalles de afecto de mis amigos...

Mi viaje a Kenya supuso un antes y un después en mi vida.
Ahora sé que todos tenemos "kenyas" a nuestro alrededor para tratar con cariño a los que están a nuestro lado.

Esto también nos lo dice el Señor a cada uno de los que estamos aquí.
La Virgen, que es la mejor alumna de Jesús, es lo que hizo durante toda su vida.
Y esto es lo que tenemos que hacer todos a una: Harambee.

lunes, 14 de septiembre de 2009

ACONCAGUA

Dedicado a Javier Mazuecos

DE ALTO RIESGO

Tengo un amigo alpinista que entre otras cosas ha escalado varios seis miles. Normalmente esto no se puede hacer en la vida diaria, en la que se sube sólo en ascensores.

Pero el que quiera ser cristiano de verdad también tendrá una existencia emocionante, como la que tuvo San Pablo y los demás santos. Quizá se le acusará de llevar «una vida distinta a los demás», y para algunos resultará un personaje «incómodo» (Sb 2,17-20).

Esto ya lo decía el libro de la Sabiduría. Vivir como cristiano es atrayente aunque cueste. Por ser una aventura cuesta. Y para la gente que es floja resulta poco apetecible. Por eso nos critican. Querrían que fuéramos como ellos, comodones egoístas.

Como sabe mi amigo el alpinista, la montaña siempre ha tenido ejemplos de gente sacrificada. Nuestra meta, que es llegar a la amistad con Jesucristo, también cuesta esfuerzo.

Lo mismo que los Apóstoles, que su vida fue una novela de aventuras, nuestros nombres están escritos en el cielo. Están ahí. Pero al cielo, pero hay que llegar, y muchos no llegan.

Le pedimos ahora al Señor: ven siempre con nosotros y anímanos cuando nos cansemos.

Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo.

Se cuenta que un montañero se dirigía a un refugio en alta montaña. El camino se hacía duro, el aire frío le azotaba, pero el lugar era impresionante. El refugio, aunque aparentemente era rústico, resultaba muy acogedor.

Lo mismo pasa en nuestra vida. Aunque nos azoten las dificultades y parezca poco atrayente, si la vivimos como una aventura, seremos felices ya aquí.

En la montaña, aunque uno lo pueda pasar un poco mal, disfruta. Por eso decía san Josemaría, al hablar de nuestra vida aquí en este mundo, que el cielo es para los que han sabido ser felices en la tierra.

Vamos a pedirle al Señor: haznos felices, no a pesar de las dificultades, sino contando con ellas.

En el refugio donde llegó aquel montañero, en una de las paredes de piedra, estaba escrita esta leyenda grabada a fuego, sobre una tabla de madera: “Donde los demás abandonan, nosotros comenzamos”.

Y sobre la chimenea, otra frase escrita en inglés: “Mi puesto está en la cumbre”.

ESTÁ AHÍ

Mucha gente no entiende el porqué los cristianos llevamos una vida de sacrificio: nos levantamos puntualmente, hacemos oración aunque no tengamos ganas, dedicamos tiempo a los demás.

No nos engañamos con teorías, imaginándonos películas irreales. Los santos no han sido personas que han estado tumbados en un sofá pensando.

La aventura nuestra es ponernos a estudiar puntual, sonreír, ser simpáticos, ayudar a poner la mesa, hacerse bien la cama, tener ordenado el armario, hacer todos los días la oración, ir a Misa aunque sea costoso.

Nuestra aventura está ahí, a nuestro lado, no en la imaginación. Nos enfrentamos con lo de cada día, porque es lo que tenemos, lo otro es una fantasía.

Mallory es uno de los grandes hombres del alpinismo mundial. En repetidas ocasiones intentó la conquista del Everest.

Un día, un periodista le preguntó porqué arriesgaba su vida y sufría tanto por escalar una montaña.

–¿Por qué le importa tanto subir ese monte?

La respuesta ha pasado a la historia:

–Porque está ahí.

Probablemente el periodista siguió sin entender nada, pero Mallory había dado una respuesta bastante clara para un montañero. No tenía nada más que añadir.

Los cristianos tenemos motivos más poderosos para hacer de nuestra vida una aventura.

CUANDO NO VALE EL ARNÉS…

Una aventura en la que vamos siempre asegurados por Dios. Dice el Salmo que «el Señor sostiene mi vida» (cfr. 53: responsorial de la Misa). Si vamos sujetos a Él no tenemos porqué preocuparnos.

Necesitamos fiarnos del Señor, porque hay sucesos que no entendemos o cosas que no puede que no le veamos sentido, por ejemplo la mortificación.

Por eso lo más difícil en la vida espiritual es el abandono, una confianza absoluta en Dios, aunque uno vea lo contrario a lo que nos pide. Fiarse, aunque no se entienda.

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para el solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y cayó por el aire en medio de la oscuridad.

Pasaron por su cabeza todos los momentos buenos y malos de su vida.

De repente, sintió el tirón de la cuerda en su cintura que le sujetaba.
En ese momento, suspendido en el aire, gritó:

–¡Ayúdame Dios Mío!

Y una voz le contestó desde el cielo:

–¿Qué quieres hijo mío?

–Sálvame Dios mío.

–¿Realmente crees que yo te pueda ayudar?

–Por supuesto Señor.

–Entonces, corta la cuerda que te sostiene.

Aquel alpinista, aterrorizado, se agarró todavía más fuertemente a la cuerda
.

Al día siguiente, el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, agarrado fuertemente con las manos a la soga... ¡a tan solo dos metros del suelo...!

EN LA ALTA MONTAÑA

En la alta montaña, como en la vida, es muy peligroso funcionar por libre. Nuestra vida es una aventura en la que nunca sobreviviremos solos. Siempre tendremos que contar con Dios y con los demás.

Hay que hacer caso, saber escuchar los consejos, cuando la tentación sería agarrarse fuertemente a nuestro criterio, ir por libre y hacer nuestra voluntad.

En una expedición la gente no hace lo que quiere, está a lo que los demás digan. Se deja ayudar y ayuda. También el Señor nos pide que ayudemos a los demás (cfr. Evangelio de la Misa: Mc 9, 30-37).

PELEAS POR EL MANDO

En algunas excursiones de medio pelo, hay gente se suele enfadar porque quieren que los demás sigan su ruta o su ritmo.

Pero Jesús enseña a sus discípulos que quien quiera ser grande ha de adaptarse a los otros. En la vida diaria esto es heroico: es como una pequeña esclavitud.

ADAPTARSE A OTROS

Uno de los Apóstoles, Santiago, nos habla de cómo tiene que ser el corazón del cristiano: sin el egoísmo de buscar nuestros intereses por encima de todo (cfr. 3,16-4,3).

Para los que no siguen a Jesucristo y pretenden dirigirse solos, cualquier medio es válido para hacer lo que ellos quieren.

Gente muy esforzada pero que hace lo que les da la gana. No se dejan guiar por Dios porque se creen unos expertos.

Los cristianos, sin embargo, lo tenemos más fácil porque Dios nos sostiene y nos ayuda con su palabra, siempre está a nuestro lado y nos dice ¿qué quieres hijo mío? ¿Qué necesitas? Nos trata como lo que somos: niños.

SIEMPRE INEXPERTOS

Algunos toman esta actitud cristiana de considerar superiores a los demás como una debilidad o como una rareza. Lo ideal para ellos es no depender de nadie, no tener limitaciones.

Por eso, piensan que lo emocionante es poder mandar, no que les manden, gobernar, imponer. Pero lo verdaderamente apasionante es escuchar y querer a los demás.

Porque al final nuestro Aconcagua consiste en escalar la montaña que subió el Señor al dar la vida por los demás.

Lo importante en esta vida es ser felices y eso solo se consigue amando y siendo amado. Los egoístas se quedan solos.

Muchos alpinistas, cuando llegan a la cumbre tienen la agradable sorpresa de encontrarse con el ser más querido, nuestra Madre, porque allí suelen poner una imagen suya. Ella preside muchas cumbres, como la cruz de nuestro Señor. Ha estado siempre con Él en los momentos difíciles. Su vida fue una aventura.

Por eso los alpinistas cristianos cuando llegan arriba, lo primero que hacen es rezar una Salve, es una costumbre muy antigua.

María, a ti suspiramos en este valle antes de subir a la montaña. Oh piadosa, oh dulce o siempre Virgen María

martes, 8 de septiembre de 2009

¿POR QUÉ LA CRUZ? DOMINGO XXIV, CICLO B


Hay unas palabras del Señor que pueden parecer sorprendentes. Son estas: el que quiera venirse conmigo que tome su cruz y me siga.

Una de las cosas más difíciles, sobre todo en una adolescente, es aceptar serenamente lo que no se espera.

Hay un libro que lleva como subtitulo: Experiencias de amor y dolor vividas por una adolescente.
Trata de la historia de una chica llamada Alexia, que está en proceso de canonización. Una niña querida y admirada por infinidad de personas en el mundo entero.
A las 11.05 de la mañana del jueves 5 de diciembre de 1985, en plena Novena de la Inmaculada, se dormía en los brazos de la Virgen Alexia González Barros. Tenía 14 años. (cfr. Alexia, M Victoria Molins, p. 9)
LA ENFERMEDAD
Había tenido siempre buena salud. El dolor físico se introdujo en su vida de repente, sin pedir permiso.

Tenía un dolor fuerte en el cuello. El doctor que le atendió no se explicaba como había podido aguantar sin quejarse.
El médico le dijo que tenía que estar en cama, inmóvil, boca arriba. Cualquier movimiento mal hecho podía dejarla paralítica para siempre.
La operaron y, después de 42 días en el hospital salió muy contenta. Pero, poco después, empezó a moverse con torpeza. Le hicieron otras pruebas, y le diagnosticaron un tumor. Ahí comienza su verdadera historia, su experiencia de amor y de dolor (cfr. pp. 19-23).

Es una historia de alguien que sufre pero que no se siente solo, sino acompañado por Dios. Alexia encontró en Jesús la fuerza necesaria para santificarse con su enfermedad.

Señor tú eres mi fortaleza. Que nunca me encuentre solo.
Su historia es la actuación de Dios, a la que no estamos acostumbramos, sobre todo en un mundo como el nuestro donde se olvida tantas veces la acción extraordinaria del Señor (cfr. p. 19).

ALEXIA Y JESÚS
Una persona que la conocía escribe: Yo la conocí desde muy pequeña en el colegio… nunca dejó de hacer la visita al Señor de manos de su madre (p. 9). Allí, en la capilla del colegio, le había dicho al Señor muchas veces unas palabras que le han hecho famosa: Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras (p. 31). Se las podemos repetir ahora al Señor: Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras

Jesús maestro, así se llamaba su colegio. Y Jesús, maestro, le enseñó el camino de la cruz, el camino del amor. Ese camino no lo iba a recorrer sola, iban a ir juntos.

Necesitamos que el Señor nos enseña la ciencia de la cruz. A simple vista, sin fe, lo que le pasó a Alexia no se entiende, como tampoco se entiende la muerte de Jesús en la cruz.

Como, a veces, podemos no entender cosas que nos ocurran en nuestra vida y que nos hacen sufrir, pero con el Señor se llevan bien. El nos entiende porque quiso sufrir por nosotros.

INJURIAS AL REY

Dice el profeta refiriéndose a Jesús: «Ofrecí la espalda a los que me apaleaban» (Primera lectura de la misa: Is 50,5–9a). Isaías con estas y otras palabras, profetizó lo que tendría que sufrir el Señor.
Normalmente a un rey se le debe respetar. Es delito injuriarle. Los judíos pensaban que el Mesías, su futuro rey humano, iba a hacerse respetar por todos. Pero Jesús no venía a ser rey mediante la honra, sino la deshonra.
Es difícil entender los caminos de Dios. Para comprenderlos tenemos que pedirle que nos abra la inteligencia.

Señor, hazme entender tus caminos. Que yo haga siempre lo que tu quieras.
En el Evangelio vemos como San Pedro tenía una idea equivocada de Jesús Rey, por eso el Señor le corrige tajantemente (cfr. Mc 8,27–35).

La fe de Pedro todavía era imperfecta porque no había asimilado la cruz. Y, por eso, Jesús le aclara: «el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

EL PESO DE LA CRUZ
Estar con Jesús, dice san Josemaría, es, seguramente toparse con la cruz, porque el Señor quiso sufrir en ella.

Después de que le diagnosticaran el tumor, Dios le pidió a Alexia, además del dolor físico, también que sufriera la soledad y un ambiente hostil en el hospital.

Las enfermeras no le dieron mucho ánimo al enterarse de lo que tenía. A una de ellas le preguntó: ¿Mi enfermedad es grave? Sí, muy grave, le contestó.

¿Cree usted, siguió preguntando, que saldré de la anestesia? Esperemos que sí, le respondieron. Y ella pensó asustada: creí que me moría. (24)

Lo pasó mal aquella noche. Al pedir que le movieran las piernas le respondió: ¿qué pasa es que tú no puedes? Algunas ni siquiera se habían preocupado de enterarse de qué es lo que le pasaba, por eso no sabían que estaba paralítica (cfr. Pp. 23-25).
El tratamiento que le pusieron le hacía vomitar una vez cada 10 minutos, y así durante 24 horas. Como no podía moverse vomitaba boca arriba. Le ponían toallas para no mancharse, pero no había manera.
Con una serenidad que solo la da Dios, le decía a su madre: mamá, por favor, creo que me he manchado un poco por aquí.
A veces su madre la oía llorar bajito: ¿qué te pasa, mi vida? ¿Qué tienes? Mamá, respondía, soñé que andaba.
TODO UN CALVARIO

Cuando volvieron con la quimioterapia, se lo dijeron y parecía tranquila. Llegó la enfermera con el suero y se le llenaron los ojos de lágrimas. Su madre le dijo: llora, hija si quieres, te hará bien. No mamá para qué.

Pasó otras 24 horas vomitando, mareada y con un terrible malestar. Quedó agotada. En ella el cansancio era mayor porque su postura era muy forzada. Nunca se quedaba completamente cómoda. Al estar boca arriba no lograba vaciar el estómago y eso aumentaba considerablemente las molestias (cfr. 23-39).

LA IDEA QUE TENEMOS DE NUESTRA VIDA

Muchas veces pensamos que nuestra vida va bien cuando nos aprecian o nos halagan, cuando valoran lo que hacemos o nos salen las cosas como esperábamos.
La idea de nuestra vida es la del triunfo, el éxito. Y, si este no llega, entonces pensamos que hemos fracasado.

La vida de Alexia, con estos criterios es un fracaso. Morir a los 14 años y habiéndolo pasado muy mal.

Esto nos pasa porque nuestra fe es imperfecta. No entendemos la cruz, como San Pedro, y cuando viene nos entristecemos.

Jesús, auméntanos la fe para entender tu cruz.

FRANKESTEIN
La ingresaron en Pamplona. Allí, no se quejaba ni perdía el sentido del humor. Tenía una escayola y un halo metálico alrededor de la cabeza sujeto con 4 tornillos que, a través de la piel se apoyaban en el cráneo.
Así la fijación de las cervicales era perfecta. Era algo aparatoso pero no incómodo. Cuando pasó la familia a verla, en la UCI, a través de los cristales, su aspecto era impresionante.

Su hermano por poco se marea. El aparato, la entubación, los cables que vigilaban sus constantes le daban un aspecto alucinante. Se fue recuperando y empezó a comer.

Cada diez días le apretaban los tornillos de ese aparato para mantener la misma presión. Al verse así, con todo eso puesto, comentaba divertida: ¡la verdad es que con este aparato parezco Frankenstein! (cfr pp. 35–36).
LA DESPEDIDA
Antes de llevársela a Pamplona quiso despedirse de sus compañeras de clase. Realmente lo que quería era despedirse del colegio.
Hizo que compraran flores para la capilla y bombones para profesoras y compañeras. Fueron en coche hasta el patio y desde el patio, en silla de ruedas hasta la clase.

Las niñas pequeñas que estaban en el patio, jugando la miraban con curiosidad, pero a ella eso no le importaba porque estaba en su colegio, en el lugar donde había disfrutado tantos años.

Fue a su capilla para dejar a la Virgen un ramo de flores, e hizo la visita el Santísimo como tantas otras veces (cfr. p. 31).
¿POR QUÉ LA CRUZ?
Somos cristianos. Lo nuestro es seguir a Jesucristo. Hemos venido, como él, a salvar almas.
Y lo haremos muriendo en la cruz. Si queremos seguirle tenemos que llevarla detrás del maestro. Por eso, no es de Dios lo que nos separa de este camino.
Como en el caso de Jesús y de Alexia, la cruz en nuestra vida siempre tiene una explicación. Hay que acudir al Señor para que nos abra la inteligencia y nos haga ver su sentido.

Santiago dice que nuestra fe no puede ser teórica, sino que tiene que estar pegada a la realidad. Y la realidad es que la cruz se da en nuestra vida. Hay que utilizarla, como hizo Alexia.

Como esto es difícil de entender y de llevar a la práctica hemos de pedirlo. Los santos, ante las contrariedades, se ponían a rezar y experimentaban la ayuda del Señor. Por eso dice el salmista: «estando yo sin fuerza, me salvó» (Sal 114: responsorial).

DIOS AYUDA
Cuando iba ya por la cuarta operación, una monja, admirada de verla siempre contenta y sonriente, le dijo: que valiente eres, Alexia. Y ella le respondió: no, sencillamente es que Dios me ayuda. Y la religiosa visiblemente emocionada añadió: hija, que alegría oírte decir esto (cfr. pp 37–38).
Cuando le dijeron la primera vez lo que tenía, Alexia escuchó con serenidad. Al quedarse a solas con su madre, le dijo: Mamita, no me dejarás ni un momento, ¿verdad? Tengo miedo. (p. 20). La Virgen, como a Jesús, no la dejó nunca. La quería mucho, por eso mandaba comprar flores para ella cuando estaba ingresada en Pamplona todos los sábados. Allí vino a buscarla nuestra Madre, a la habitación 205, un 5 de diciembre, durante su novena.
La Virgen no nos dejará cuando caminemos con la cruz a cuestas. Ella es la madre del crucificado.

martes, 1 de septiembre de 2009

YESHUÁ (Domingo XXIII)


La Virgen llamaba a su Hijo Yeshuá. Era el nombre de un general victorioso israelita, que significa Dios salva.

¡Mira que se le podrían haber dado nombres al Hijo de Dios! Fue un nombre venido del Cielo: le pondrás por nombre Jesús (Yeshuá), le dijo el ángel a José.

No le llamaron así porque sonaba bonito o porque algún pariente ya lo tenía, sino porque Dios lo quiso.

DIOS CURA

Isaías, uno de los principales profetas, anunció que, cuando llegara el Mesías, abriría los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos (cfr. Is 35,4–7a: Primera lect de la Misa). En su vida Jesús hizo muchos milagros.
Hace tres años le pregunté a un niño: ¿Tú sabes quién es Jesús? Sí, me respondió, el hombre que hacía milagros. Luego me enteré de que había una película que se titulaba así.

Efectivamente, para la gente sencilla, Jesús era el que hacía milagros y por eso acudían a él, para que les curase.

Los grandes fundadores de las religiones, no han hecho ningún milagro: eran solo hombres.

En cambio Jesús es Dios, por eso resucitó a una niña de doce años, al hijo de una viuda, a un amigo suyo que llevaba varios días enterrado y descomponiéndose o les dio la vista a varios ciegos de nacimiento. Eran curaciones reales, no por sugestión.

EL LLAMADO EFECTO PLACEBO

Dicen los médicos que un alto porcentaje de los que van a la seguridad social, en realidad no están enfermos, sino que se autoconvencen de que tienen esa enfermedad. Incluso el cuerpo les llega a doler.

Son enfermedades mentales. Piensan que están cojos, les duelen las articulaciones y, por eso, cojean.

Me contaban de una persona que llevaba en cama muchos años con dolores tremendos, convencida de que estaba enferma. Y no era cierto.

En los campamentos, cuando los niños se quejan de que les duele mucho la cabeza o dicen que tienen otras enfermedades imaginarias, en algunas ocasiones el médico les pone una aspirina en la frente sujeta por un esparadrapo y cuando pasa un tiempo les pregunta: ¿estás ya mejor? Sí, la verdad es que ya estoy bien. Se sugestionan.

Es el llamado efecto placebo, da igual lo que se tomen, se autoconvencen de que ha funcionado el remedio.

Hay una película reciente sobre las apariciones de Lourdes, donde se cuenta la historia de un médico del siglo XIX que va allí y está convencido de que todas esas curaciones no eran reales y que se curaban por autosugestión, hasta que tiene que rendirse a la evidencia.

Hay gente que busca una explicación a los milagros de Jesús a través de este efecto, pensando que son por sugestión.

Incluso, algunos dicen que los ciegos que curaba era porque el barro de Palestina tenía propiedades curativas que Jesús conocía, lo mismo que hay personas que conocen las propiedades de las plantas que producen curaciones. Pero ningún hospital del mundo usa saliva humana y barro de Palestina para curar ciegos.

Tampoco es posible multiplicar los alimentos por sugestión. Quizá alguna persona se pueda hacer el muerto, pero lo que nadie ha hecho nunca es resucitar un cadáver que estaba descompuesto desde hacía días.

POR SUS MLAGROS CREÍAN EN ÉL

La gente creía en Jesucristo porque hacía milagros. Sino hubiera hecho milagros quizá no hubieran creído en él.

Los milagros están muy documentados. Y no solo los aceptaron sus discípulos, también sus enemigos. Por eso quisieron matarle, porque era capaz de resucitar un muerto y la gente le seguía, y algunos judíos no estaban dispuestos a que eso sucediera.

TAMBIÉN HOY

También hoy, miles de personas le piden cada día a Dios la curación de enfermedades: cáncer de hígados, leucemias... La gente ve al Señor como alguien que cura. Y es verdad, así es.

UN SORDOMUDO

Las curaciones son una señal de la presencia del Señor entre nosotros. Por eso, Jesús (Yeshuá) las hacía, y las sigue haciendo.

Al curar, manifiesta que Dios está como un Dios que salva. Una de las cosas más importantes del cristianismo es que es una religión de salvación.

Entre otros milagros, el Evangelio (de la Misa: cfr. Mc 7,31–37) nos habla de la curación de un sordomudo.

DIOS SALVA AL HOMBRE

La salvación que Dios viene a hacernos, no es solo del cuerpo, sino del hombre completo, con alma y con cuerpo. No viene solo a salvar sus ojos o sus oídos.

Las curaciones corporales son un signo del deseo de Dios por salvarnos enteramente.

ENFERMEDADES ESPIRITUALES

El hombre está hecho para amar y ser amado. Por eso, una de las enfermedades más graves que tiene el ser humano son las faltas de amor, de caridad.

Santiago nos habla de las discriminaciones que hacían algunos de los primeros cristianos entre ricos y pobres (cfr. St 2,1–5: Segunda lectura de la Misa).

Cada uno de nosotros tiene sus propias enfermedades espirituales y corporales para pedirle al Señor que se las cure. Jesús es médico.

CLASISTAS
En tiempos de Santiago había algunos cristianos que eran clasistas. Hoy en día también puede pasar, que haya gente que no trate a otra porque es de pueblo, no habla fino, no tiene dinero, no viste bien o no tiene un buen trabajo. Todos motivos humanos. Estos motivo entibian el amor de Dios, como nos lo hace ver Santiago.

LA ENFERMEDAD DEL ENFADO

Hay gente que se enfada muy poco porque suelen ser mansos, aunque dice el refrán: Dios nos libre de la ira de los mansos, porque todo el mundo acaba enfadándose alguna vez.

Hay quienes tienen más facilidad para enfadarse porque tiene un carácter fuerte.

Mucha gente con personalidad tiene mucho carácter, pero hay que utilizar el genio para hacer cosas grandes y no para enfadarse. La excusa para no detectar esta enfermedad es decir: si yo no soy una persona que se enfade fácilmente, solo lo hago cuando me pinchan.

Diciendo esto se justifican y se quedan tranquilos. Piensan que se ha reaccionado mal porque otro ha venido a molestarle. En realidad no ha sido por eso, sino porque el pus ya lo tenía dentro. El mal carácter lo llevamos dentro.

Precisamente el que te pincha ha hecho que salga fuera el pus. No se le puede echar la culpa al médico porque te haya descubierto la enfermedad. El bisturí no origina el pus sino que lo saca.

Los santos tenían también estas dificultades, pero acudían al Señor, a su gracia. San Josemaría, a quién Dios le concedió mucho carácter porque tenía que enfrentarse a situaciones difíciles, a veces se enfadaba.

Se cuenta, que un día riñó a unas personas del Opus Dei porque no habían hecho bien su trabajo. Se fue, y pasado un rato regresó a donde ellos estaban y les dijo:

«Hijos míos, acabo de confesarme con don Álvaro: porque lo que os he dicho antes os lo tenía que decir, pero no de ese modo. Así que he ido a que me perdone el Señor... y ahora vengo a que me perdonéis vosotros» (El hombre de Villa Tevere, p. 353).

Los santos tenían miserias. Hay un libro que se titula así, Los defectos de los santos. Pero lo que hacían para superar esas enfermedades espirituales era acudir al Señor, a su gracia, porque Jesús es médico.

El cura nuestras enfermedades si se lo pedimos. Algunos le pedían al Señor que le curase después de la comunión, cuando el Jesús está en nuestro interior.

Hay que pedir que el Señor nos cure las enfermedades.

Y la peor enfermedad es la hipocresía, el querer ocultar nuestro pecados, intentar disimularlos. Esta era la enfermedad de los fariseos, por eso Jesús pudo curar a pocos, porque ellos no se dejaban.

En un colegio de Marbella una niña de nueve años, que estaban en el equipo de baloncesto se torció el tobillo y le salió un gran hematoma. Acudió la profesora de Educación Física que lo vio y le dijo: –Aunque no es una lesión grave, tendrás que estar varios días en reposo.

Entonces la niña le dice: entonces ¿no podré jugar el partido del sábado? Era un partido importante para la clasificación.

Y la profesora le respondió: ¡Cómo no haya un milagro!

Más tarde, esta niña fue con una amiga al despacho del capellán. Tocaron la puerta, salió el sacerdote y le dijeron a bocajarro: –Don Bartolomé que venimos para que nos haga usted un milagro.

El capellán se quedó totalmente desconcertado ante esta petición. Le explicaron lo que pasaba y entonces don Bartolamé les respondió: –Mira, es verdad que yo hago milagros. Hago un milagro gordo al día, que es la Santa Misa, pero ya lo he hecho.

San Josemaría, después de la Santa Misa, en la comunión trataba al Señor como médico.

Es Médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados.

Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: “Domine, si vis, potes me mundare, Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades”.

Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú, que has curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico divino.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías