viernes, 19 de junio de 2009

EL SENTIDO DEL SACRIFICIO (XII DOMINGO CICLO B)



Los sentimientos del hombre son tan fluctuantes, como las mareas del mar. No podemos extrañarnos que haya en nuestra vida momentos de alta mar y otros de baja mar, tormentas y bonanza. Eso es algo que forma parte de la vida del hombre.
Ante las situaciones difíciles se puede reaccionar de distintas maneras: dramatizar, tomándose las cosas a la tremenda; o por el contrario, fiarse de Dios, que saca bien del mal.
Mira ahora al Señor, en nuestra oración, y dile: -Jesús, que siempre confíe en Ti.

SUFRIR CON CABEZA

Si te paras a pensarlo un poco, ¿tú ves sentido a machacarte los dedos, flagelarte, pegarte de cabezazos contra la pared como si fueras un elfo doméstico? La auto-lesión no tiene ningún sentido: eso es absurdo.
¿Qué sentido tiene el tatuaje, perder kilos o echar horas a quemarse bajo el sol del Álamo? Ninguno. Pero como dice un refrán: para presumir hay que sufrir.
¿Qué sentido tiene ponerse unos zapatos de verano cuando hace frío?
Ser mujer requiere mucho sacrificio: que si mascarilla protectora, sombra aquí, sombra allá, el rimmel, la crema bronceadora, la pintura de labios, la leche rejuvenecedora, el antiarrugas… ¡¡¡Cuándo sacrificio!!! Y sin embargo, lo lleváis tan bien…

Ir de compras y comprar barato debe ser una cosa muy costosa.

Tener un niño, con lo que cuesta tenerlo, con lo doloroso que es un parto. Y una vez que lo tienes, el jaleo que da: hay que cambiarle los dodotis cada dos horas, preparar el bibe, estar pendiente de él en todo momento, uf!!!… ¡¡¡Si al menos no llorara por la noche!!!

Y luego crece, se va a la Universidad que hay que pagar, y ni siquiera se acuerden de uno. ¿Merece la pena tener hijos?

¿Merece la pena estudiar una carrera y acabar haciendo otra cosa distinta? Tantas películas que no he visto porque tenía que estudiar para un examen. Tanto sacrificio que no sirve para nada.

Hay personas que se sacrifican por vanidad:

-Me han mirado.
-¿Y qué? No se van a casar todos contigo, ni te van a echar monedas.

En esta vida todos se sacrifican. Pues, vamos a hacerlo por cosas que merecen la pena. Vamos a sacrificarnos por amor a Dios y por amor a los demás. Si no, no tiene sentido, no vale la pena.

LA TEMPESTAD

En la vida de nuestro Señor no faltaron las dificultades. El Evangelio de hoy nos cuenta que mientras cruzaba con sus discípulos a la otra orilla del lago, “se levantó un huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua” (Mc 4, 35-40: Evangelio de la Misa).


Así fue la vida de nuestro Señor: en algunos momentos parecía que todo se hundía.
Esto me traía a la memoria lo que me contó un marino amigo. En una de las veces que dio la vuelta al mundo en el Juan Sebastián Elcano, buque escuela de la marina española, se encontraron, sin esperarlo, en el centro de un temporal:

-Las olas, decía, eran de 14 metros. Cada vez que salíamos de una creíamos que la siguiente acabaría con nosotros en el fondo del mar. Fue la vez que peor lo he pasado y que más he rezado. Nadie podía dormir ni comer. Caminábamos por las paredes del barco. Ha sido la peor pesadilla de mi vida. Pero, gracias a Dios, después de dos días que parecían que no terminarían nunca, vimos la luz del sol.


Así fue la vida de nuestro Señor, aunque más que una tempestad en el mar fue que el Señor murió en la Cruz, pero resucitó (cfr. Segunda Lectura de la Misa: 2 Cor 5, 14-17). Los apóstoles estaban muy desconcertados, no entendían nada: “¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!” (Mc 4, 35-40: Evangelio de la Misa)


EL SEÑOR BENDICE CON LA CRUZ

Lo mismo le pasó a Job, que es figura de Cristo. Le pasó de todo. No sólo perdió a sus 7 hijos y a sus 3 hijas. También se quedó sin los 500 bueyes, las 7000 ovejas, y los 3000 camellos que tenía. Se quedó sin nada.
Y cuando creyó que ya no podía sufrir más, vio con dolor que sus amigos le echaban en cara que no era una buena persona:
-si te pasa esto, le dicen, es porque Dios no está contigo.


El pobre Job estaba muy acosado, estaba como en una tormenta. Así se lo explica

Dios. Le dice: -lo que te sucede no es culpa tuya, no te preocupes. Lo que pasa es que estás metido en una tormenta. (cfr. Primera Lectura: Job 38, 1. 8-11)
Pero, ¿por qué le sucedían todas estas desgracias? ¿Qué había hecho para padecer tanto? Nada. No había hecho nada. Lo que pasó es que, un día, Dios vio a Satanás y le preguntó: -¿De dónde vienes?
-De pasearme por la tierra, le contestó el diablo.
-Y, ¿has visto a mi siervo Job? Ese si que es un hombre recto, íntegro, temeroso de Dios.
-Sí claro, como siempre le has protegido… Déjamelo a mí una temporada y verás como cambias de opinión
. Y el Señor le permitió poner a prueba a Job.


Después de quedarse sin nada, como Job seguía bendiciendo a Dios, el diablo propuso ir más lejos: -tócale a él y ya verás como cambias de opinión.


Entonces Dios permitió que Job sufriera una herida maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla. Pero éste siguió bendiciendo a Dios. El diablo se dio por vencido y le dejó tranquilo.
En ocasiones, el Señor permite que lo pasemos un poquito mal. Permite que en nuestra vida se levanten tormentas. Así lo asegura el salmo de la Misa: “Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto; subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo”. (Sal 106, responsorial).


Sin embargo, aunque nos veamos envueltos en un gran temporal, siempre, siempre, siempre, después de la tempestad, viene la calma. Hay que aguantar la tempestad.
En la vida interior hay momentos de bonanzas y de tempestades. Hay que estar preparados. El que sale a la mar ya sabe lo que hay, sabe perfectamente lo que se puede encontrar.

Debemos prepararnos y construir nuestra casa sobre roca, sobre Cristo. Así, los sentimientos no son los que arrastran a la voluntad, sino al revés. Es la voluntad, la decisión, la que debe mantenerse firme y tirar de los sentimientos.

AMIGOS DE DIOS

El diablo sabe que para Dios, tú eres alguien muy especial. El Señor te ha querido de una manera única, distinta a los demás. Y al diablo eso le revienta. No puede soportar que seas feliz con Dios. Por eso intenta ponerte en contra de Él. Quiere que pierdas su amistad.

El Señor, como buen Padre, está muy orgulloso de ti:
-Tengo una hija muy maja. Es una chica muy fiel: cada día me demuestra, con mil pequeños detalles, que me quiere.
-Sí claro, le dice el diablo. Eso es porque desde pequeña la has cuidado de un modo especial. La has rodeado de cosas buenas, nunca lo ha pasado mal. La has puesto en una familia cristiana, con unas amigas que la han llevado a medios de formación en el club, en un colegio donde puede ir a Misa y confesarse… Así cualquiera. Eso no tiene mérito. Si me la dejas una temporadilla verás que no es tan maja como dices.
Y de repente un día, empiezas a pasarlo un poco peor. Parece que las dificultades te superan ampliamente:
-Mis amigas ya no cuentan conmigo; mis padres solo ponen dificultades para ir al curso anual; mi abuela está muy enferma y se puede morir en cualquier momento…

Ha llegado la hora de fiarse más de Dios, que no quiere nuestro sufrimiento, pero lo utiliza para nuestro beneficio, para hacernos crecer.

LA SOLUCIÓN ES EL AMOR

¿Por qué Job superó la tempestad? ¿Por qué no hizo como otros? Hasta su mujer le animó: -Mira lo que te ha hecho el Señor. ¡Maldice a Dios!
Job superó la tormenta porque quería a Dios mucho: era el sentido de su vida. Tenía un gran corazón.
Tener el corazón grande es sufrir mucho. Por eso hay gente que prefiere tener un corazón pequeñito, solo para ella. Eso significa tener menos capacidad de amar.
Cuando no hay amor a Dios es difícil entender que el sufrimiento te hace crecer, que es algo positivo.
Por eso, lo primero es crecer en amor a Dios: ese es el camino para entender y superar el sufrimiento, no al revés.
No se trata de crecer en capacidad de sufrimiento, sino de crecer en capacidad de Amor. La persona que está enamorada de Cristo no tiene miedo al sufrimiento. A las madres no les importa soportar todo tipo de dificultades por amor a sus hijos.
-Señor, ayúdame a que cada día te quiera más…
El Señor es siempre la solución de nuestra vida. Así lo asegura el salmo: “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar.” (Sal 106, responsorial).


Una persona piadosa sale de todo, aunque sea poco fuerte, aunque se vea muy débil. Si es piadosa sale siempre adelante. Los que no se rompen es porque su amor a Dios es mayor que lo que tenían que padecer.


También nosotros tenemos que ser como Job, que es figura de nuestro Señor (2ª lectura). Y saber que lo que sufrimos no es sólo por nosotros: es para salvar a la gente. Nosotros somos Cristo, salvamos almas. No sufrimos por sufrir.
Y, a veces, en el trato con las amigas tendremos que sufrir un poquito. Lo que más nos hará sufrir es verlas lejos de Dios.

Pero también el tener que ahuecar el ala en determinadas ocasiones. Quizá soportar incluso alguna impertinencia. Pero si de verdad las quieres, siempre habrá progreso. No habrá gente mejor que la que acerquemos a Dios.

Las dificultades sirven de abono para que nuestra vida dé fruto si contamos con Dios. Jesús quiso que su Madre estuviera junto a Él en la cruz. Ella ante tanto sufrimiento, se fió de Dios.

OBEDIENCIA FRUTO DE LA LIBERTAD


Hay quien cree que la persona más libre es la que hace lo que le da la gana. La que puede disponer de su vida sin que nada le ate. Una situación así es irreal, no se da. Todos estamos condicionados por alguna cosa: lo importante es apostar por un compromiso que merezca la pena.


Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces, lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien. Queremos sentirnos libres y hacer nuestra santísima y amabilísima voluntad. Pero no toda elección me hace libre. En muchos casos me esclaviza.


VIVE LA VIDA


El Señor cuenta en el Evangelio una parábola que, de primeras, puede ser desconcertante. Es la parábola de los talentos (cfr. Mt 25, 14-30).
Hay muchos que no la entienden. Les parece que el Señor es injusto y actúa con dureza.
-Un talento me diste, y aquí lo tienes: te devuelvo lo que es tuyo. ¿Dónde está el problema?
Efectivamente, a simple vista parece que el empleado ha hecho lo correcto: devolvió a su Jefe lo que le había dado.
Sin embargo, con su actitud le está diciendo al Señor: -no quiero nada Tuyo porque sí acepto el talento me va a comprometer toda mi vida y no quiero líos. Vive tú vida que yo viviré la mía.
Por eso, cuando recibió el talento, hizo un agujero en el suelo y lo enterró. Y hasta que su amo no se lo reclamó no lo sacó de allí. No quería cuentas con el Señor.
Que bien se entiende ahora la reacción del Señor: -“Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. (...) En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y rechinar de dientes.”
Cumplir la voluntad de Dios da la felicidad. De otro modo acabamos obedeciendo a nuestros sentimientos:
-Ahora me apetece un helado… me ordeno tomarme un helado; ahora me apetece tumbarme en la cama… me ordeno tumbarme en la cama; ahora me apetece ver la televisión… me ordeno ver la televisión; ahora me apetece estudiar un poco… pues te aguantas, porque no se te puede dar todo.
Si obedeces a los sentimientos acabas siendo una piltrafa.


LA HISTORIA DE UN SÍ

La Virgen es modelo de persona libre: desde el principio se comprometió con el Señor.
Cuando el arcángel Gabriel le plantea la posibilidad de ser la Madre de Dios, de comprometer su futuro, no lo duda: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tú palabra.
Se identifica totalmente con el querer de Dios, con su Voluntad. Obedece a lo que Dios le pide porque sabe que así va a ser feliz. Toda su vida es un ejemplo de obediencia, aunque a veces no entendiera.
La obediencia es fruto de la libertad. Puede parecer paradójico, pero la persona más libre es la que más obedece.
Y obedecer significa oír: oír a Dios y a los demás. De un modo o de otro, todo el mundo obedece. Lo importante es acertar en la obediencia. El que no obedece a Dios acaba obedeciendo a sus sentimientos.

EL DESOBEDIENTE

Dios quiere tu felicidad. Y está empeñado, más que nosotros, en hacernos felices. Nosotros no sabemos que nos hace felices, Dios sí.
Nuestros primeros padres se dejaron engañar por la serpiente: Dios os ha prohibido tomar del árbol porque si coméis seréis como él.
Se fiaron más del demonio, de un desconocido que no les había hecho ningún favor, que de Dios.
A veces podemos confiar más en una persona de fuera, en las amigotas, que en las directoras.
Adán y Eva, al fiarse más del diablo, se apartaron de Dios. Comieron la fruta que estaba prohibida, se rompió el interior, y se desordenó todo. Se apuntaron al no te serviré del diablo.
Dicen algunos autores espirituales que Lucifer era como la Virgen, una criatura perfecta, pero en ángel. Probablemente sería buen político porque engañó a un tercio del Cielo y todavía sigue engañando a muchos. Como era guapo, listo, y hablaba muy bien, sabía como camelarse a la gente.
La felicidad la da el bien. Nadie se cree que una cualquiera, una profesional, que hace lo que le apetece, es la más feliz.
¡Que pena que liarse con siete es pecado! Es que eso no te hace feliz.
¡Hombre, yo no quiero ser una cualquiera! Yo quiero ser amater, una aficionada, no una profesional: hoy con uno y mañana con otro.
Si la felicidad la diera la prostitución, animaríamos a la gente a eso.
Cuando se nos dice que cuidemos la pureza, que no vayamos al botellón o a determinados sitios no es por fastidiar. Es por nuestro bien.

-Bueno, pero yo no voy a emborracharme, solo a tomar un poco. En cosas grandes lo notamos, pero no en pequeñas. No es el cura o las directoras que se empeñan en decirnos que no a cosas.

Esas amigotas lo que buscan es tu dinero, no tu felicidad. La felicidad la quiere nuestro Padre Dios.

Cuando una persona elige carrera, pregunta: no quiere equivocarse. Da igual hacer una cosa que otra, pero lo que se hace por obediencia es eficaz.

LOS TRES MALES

Los religiosos, cuando entregan su vida a Dios, hacen tres votos o juramentos: obediencia, pobreza y castidad.

¿Qué busca el hombre? El placer, el dominio, y el dinero. Son las tres concupiscencias de las que habla San Juan: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos (la ambición, lo material), y la soberbia de la vida.
Está tan arraigado en el hombre, que los religiosos hacen una promesa donde juran vivir así. Nosotros no hacemos votos. Pero estamos heridos por ahí.
La obediencia le da un palo a la soberbia: no haces tu voluntad sino la de otro.
San Josemaría decía que la obediencia es la humildad de la voluntad que se somete al querer ajeno, por amor.

Cualquier persona enamorada le pregunta al otro: ¿Qué te apetece comer? Porque lo que quiere es hacer la voluntad del otro.
¿Cómo obedeces a las amigas? Una persona que se deja llevar por los sentimientos acaba obedeciendo a todo: a la televisión, al capricho, a las amigas, a la comodidad… menos al que le quiere de verdad: a su Padre.


Tú quieres ser como Dios, pero sin Dios. Quieres ser feliz sin Dios. Ser buena cristiana, pero sin obedecer.

AFINAR EN LO PEQUEÑO

La Sagrada Escritura resume en pocas palabras la vida de Jesús.
Erat subditus illis: les obedecía. Era Dios y obedecía a unas criaturas. Y también dice de Él: obedeció hasta la muerte.

Como el primer pecado era de soberbia, nuestro Señor vino por la puerta de la humildad.
En cosas gordas obedecemos: en pequeñas a veces nos da igual. ¿Por qué no haces esto, en lugar de esto otro?
Para ir al Club puedes ir por una calle o por otra: da igual. Puedes llegar a las 6 ó a las 7. Poner la Misa o no ponerla. Acostarte a las 11 ó a las 11.30. No hay gran diferencia.
Lo que ocurre es que si te lo piden por amor de Dios, la cosa cambia. Eso es lo eficaz, porque es lo que quiere Dios.

DIME LO QUE SEA QUE ME OPONGO

La experiencia dice que cuando nos ponen el examen particular en un punto concreto, en la devoción a la Virgen, uno quiere luchar en todo menos en eso. No porque no quiera a la Virgen, sino porque me lo han dicho.
Es lo que se llama espíritu de contradicción: dime lo que sea, que me opongo. Si dices ve, no va; en cambio si le sugieres, sale de ella.

EL COLOR DEL SOBRE

Tenemos que obedecer por motivos sobrenaturales, no humanos: Tengo genio de carnero cuando me mandan lo que quiero.
¿Puedes ir al video club a por una peli? ¿Puedes ir a comprar unos helados?
Para eso sí somos muy diligentes: ¡¡¡a por los helados!!!
Dios utiliza mensajeros: algunos son más monos, otros menos. Hay un proverbio africano que dice: cuando recibas un mensaje no te fijes en el mensajero.
La Obediencia tiene que ser sobrenatural, no sentimental: si me lo manda fulanita, entonces sí.
Si el sobre viene en rosa entonces sí hago caso, pero si es un sobre normal, no. Eso es una superficialidad. Lo importante de una carta no es el sobre. El sobre se abre y se tira. Lo importante es el contenido.
Una persona, que quizás tenías en un pedestalillo porque te llevó por el Club, a lo mejor después no siguió yendo por allí. No pasa nada, da igual. Era el sobre, el instrumento del que se sirvió Dios para que tú te acercaras a Él. Lo importante es que te llevó por Casa.

No obedecemos a los hombres, sino a Dios. Por eso nuestra perseverancia no depende de la que nos habló para pitar, pues en algún caso, a lo mejor no te habló nadie.
Si una persona no obedece, para eso está el purgatorio, para acabar de rectificar. Y si uno no obedece nunca, para eso está el infierno. Aunque este no es vuestro caso.

LA OBEDIENTE

La Virgen ocupó el sitio de Lucifer: Yo, ¿por qué voy a servir a Dios? Yo, ¿Cómo voy a servir a esta directora si soy más lista?
Lucifer dejó a Dios y su sitio lo ocupó la Obediente: María.
Frente al non serviam! del diablo, la Virgen dijo: He aquí la esclava del Señor.
María fue obediente hasta la muerte de su hijo. Por eso fue libre: no solo Ella, sino también nosotros.

San Josemaría, para que nos quedara muy clara la importancia de obedecer, sentenciaba: Obedecer o marcharse (Camino)

viernes, 12 de junio de 2009

UN SAGRADO CORAZÓN (CICLO B)

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús recibió un especial impulso el 16 de junio de 1675.

En esa fecha se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque y le mostró su Corazón. Estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta que manaba sangre y, del interior, salía una cruz.

Santa Margarita escuchó al Señor decir: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor».

Aunque pensemos que el amor de Dios no se puede ver, sí se puede porque se ha encarnado. Amó al joven rico y se compadeció al ver tanta gente que estaba sin comer.

Fue su Sagrado Corazón el que cargó con las miserias y pecados de todos los hombres de todos los tiempos.

UNA OPERACIÓN A CORAZÓN ABIERTO

En la noche del Jueves Santo, en el Huerto de los Olivos, Jesús nos enseñó su Sagrado Corazón lleno de toda la miseria humana.

Cuenta Catalina de Emerich que se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y entró en el jardín de los Olivos. Estaba muy triste: Mi alma está triste hasta la muerte, dice la Escritura, porque sabía lo que se le venía encima.

Por eso les dijo a los discípulos: velad y orad conmigo para no caer en tentación. Es justamente lo que estamos haciendo ahora, acompañarle.

Jesús se separó, y se metió debajo de un peñasco, como una especie de gruta. Se metió hacia adentro. Cuenta la Emerich que vio alrededor del Señor un círculo de figuras que lo estrechaban cada vez más. Se llenó Jesús de tristeza y angustia.

Él que era la pura inocencia empezó a temblar al ver el horrible espectáculo de todos los pecados cometidos desde la caída del primer hombre hasta el fin del mundo, y su castigo.

UN CORAZÓN EN CARNE VIVA

Postrado en tierra, inclinado su rostro todos los pecados del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas en toda su fealdad interior; los tomó todos sobre sí, y se ofreció para pagar esa deuda.

Todos los pecados, toda la malicia, todos los vicios, los tormentos, las ingratitudes que le oprimían: el espanto de la muerte le llenaron de terror. Se echó encima todos los pecados, también vio los nuestros.

Al principio, Jesús estaba arrodillado y oraba con serenidad. Después su alma se horrorizó tanto al ver los crímenes de los hombres y su ingratitud con Dios que sintió un dolor tan grande que le salió decir: ¡Padre mío, todo os es posible: alejad este cáliz!

Sus rodillas vacilaron, juntaba las manos, inundado de sudor, y se estremecía de horror. Tenía la cara descompuesta. Estaba desconocido, pálido y erizados los cabellos sobre la cabeza. Había estado orando una hora.

CONSOLANDO A DIOS

Jesús no aguanta más y va donde estaban los tres Apóstoles en busca de consuelo. Pero los encontró dormidos, cansados por la tristeza y la inquietud.

El Señor acude a ellos lleno de terror, pero ellos dormían: Simón, ¿duermes? ¿No podíais velar una hora conmigo?

Hoy queremos estar despierto, acompañado y consolando su Sagrado Corazón.

Impresiona imaginarse al Señor temblando, descompuesto, pálido, empapado en sudor; con un timbre de voz que no era el suyo.

El Señor, en el Huerto de los Olivos sudó sangre al ver toda la miseria humana, por eso las venas no le aguantaron y, en la cruz, de su corazón traspasado salió sangre y agua (Jn 19,31-37: Evangelio de la Misa).

Hoy, Jesús nos enseña su Corazón herido, y, sin embargo, es continuamente rechazado. Lo enseña para que los vea todo el mundo, a ver si reaccionamos.

Parece como nos dijera: «A vosotros os es natural amar a alguien que os ha sacado de un gran peligro; pero a Mí, que os he librado del Infierno, ¿por qué no Me amáis?».

DIOS, NUESTRO CONSUELO
Dios se nos ha revelado en el Señor. Se ha abajado para que nosotros viéramos como es.

¡Qué consuelo da saber que Jesús soportó nuestros pecados, que su corazón sufriera tanto por amor a nosotros!

Esta manera de ser de Dios viene de antiguo. En el Libro del Profeta Oseas leeremos unas palabras desconcertantes, pero que nos ayudan a entender el amor de Dios. Dicen: «cuando Israel era niño, Yo lo amé» (11, 1.3-4.8-9). Y san Juan afirma que «el amor es de Dios» (1 Jn 4, 7: Aleluya de la Misa).

Dios nos ama aunque seamos infieles. Nos quiere porque es bueno. Y nos querrá siempre aunque no le correspondamos. En él, siempre encontraremos comprensión y perdón.

Por eso dice Isaías: «sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador» (Is 12,2-6). Podemos repetir ahora: -Bendito sea su sacratísimo Corazón.

SER CONSUELO PARA LOS DEMÁS

Los santos han sido conscientes de esto. Por eso, san Josemaría decía: «Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús (…).

»En la fiesta de hoy hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad.

»Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, insisto, con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón» (Cfr. Mt 12, 40).

-Danos, Señor, un corazón como el tuyo, capaz de querer a los demás con sus defectos y pecados (cfr. Salmo 102).

Gracias a la Virgen el Corazón de Jesús late, a pesar de estar lleno de nuestras miserias. Pidamos a nuestra Madre que el nuestro también sea misericordioso con los demás.

martes, 9 de junio de 2009

UNA ALIANZA NUEVA

En un día de fiesta como hoy, Corpus Christi, la misa que se celebra es la del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. No solo del Cuerpo sino también de la Sangre.

En la Antigua Ley, tanto los sacrificios como las alianzas exigían el derramamiento de sangre.

AL PIE DEL SINAÍ

Yavhé hizo una alianza con su pueblo. Eso es lo que nos narra la Primera lectura. En esa ocasión también hubo, como era de esperar, derramamiento de sangre.

Moisés, después de hablar al pueblo, levantó un altar al pie del monte, allí al aire libre. Luego mandó que algunos hicieran sacrificios a Yavhé y dijo al pueblo: Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yavhe.

Después tomó una de las vasijas con la sangre de los animales sacrificados y la derramó sangre sobre el pueblo mientras diciendo: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos (Ex 24,3-8).

LA SANGRE DEL CORDERO

Esa fue una de las muchas alianzas que hizo Dios con los hombres dentro de su plan salvífico. Pero la Alianza definitiva llegó con Jesús.

En Jesús, Dios se une con el hombre haciéndose hombre. Se hizo carne y selló una Alianza Nueva.
Para esta alianza, el Señor derramó su propia sangre. Por eso es la definitiva, la que puede lograr el perdón de los pecados de todos los hombres y la unión más estrecha con Dios.

Esta es mi sangre de la Nueva Alianza, dijo Jesús en la Última Cena, que será derramada por muchos (Evangelio del día: Mc 14,12-16.22-26).

Ahora se entiende mejor el salmo: Alzaré la copa de la salvación invocando el nombre del Señor (Sal 115). Jesús en la Eucaristía es una garantía para nosotros.

LO NOVEDOSO DE LA EUCARISTÍA

Esta Nueva Alianza fue muy distinta a las demás. Tenía mucho de novedoso, no era una alianza más. De hecho se sigue llamando Nueva a pesar de los siglos que han transcurrido, porque sus efectos siempre lo son.

La Eucaristía nos ofrece el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Esto es algo maravilloso y desconcertante: Dios que se pone en nuestras manos.

Parece como si el Señor se quedara para consolarnos por no haber podido estar con él en los 33 años de su paso por la tierra. Nos hubiéramos alegrado tanto como la Magdalena.

Pues aquí está en el sagrario. Por eso celebramos esta fiesta. Por eso nos alegramos y nos llenamos de fe y de esperanza, porque sigue derramando sus gracias.

CONTAR CON ÉL

En la fiesta del Corpus nos postramos, como dice el Papa, ante Aquel que se inclinó hasta nosotros y dio la vida por nosotros.
Nos reunimos alrededor del altar, en la catedral, para estar en su presencia, como el pueblo judío al pie del Sinaí. Así empieza la celebración de esta fiesta.

Luego, saldremos a la calle para caminar con el Señor y terminaremos arrodillados ante él, para continuar adorándole y recibir la bendición (cfr. Benedicto XVI: Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, 22-V-2008).

Esto es lo que hacen muchos cristianos todos los días. Se reúnen por la mañana en su presencia. Luego salen a la calle con él e intentan adorarle con lo que hacen.

Hay un hecho de la vida de San Josemaría que ilustra esta actitud que debemos con el Señor. Después de ser ordenado sacerdote le enviaron a un pueblecito de Zaragoza. Un pueblín de pocos habitantes. Todos los días, a eso de las tres o cuatro de la tarde, cuando la siesta se ha apoderado de todos los habitantes, San Josemaría se pasaba horas cerca del sagrario haciendo compañía a Jesús Sacramentado en la soledad de la iglesia del pueblo, Perdiguera se llamaba.

Eso le costó que le empezaran a llamar Rosa mística. Así se le conocía por los pueblos de la zona, como si estuviera todo el día en Babia. En realidad estaba siempre acompañando al Señor.

Vamos a pedirle ayuda a la Virgen: Madre nuestra, Madre del Amor Eucarístico, que el amor a la Sagrada Eucaristía colme nuestro corazón.

lunes, 8 de junio de 2009

FIELES HASTA LA MUERTE




Les dijo Jesús -leemos en el Evangelio (Mt 17, 22-27)-: Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.

Ellos se pusieron muy tristes.

Los Apóstoles se ponen tristes ante la Cruz, e incluso el espontáneo Pedro, protesta. ¡Qué humana resistencia al sufrimiento! Porque estamos hechos para disfrutar. Por eso Satanás, cuando nos tienta, lo hace utilizando el placer: es una cosa positiva que el hombre entiende mejor.

El bien da como consecuencia un estado placentero. Pero no siempre el placer es resultado del bien. Esto se sabe por cómo se queda uno después: si el placer a la larga produce tristeza es que no provenía de un bien. Y al revés: donde está Dios, que es el sumo Bien, no puede estar mucho tiempo la tristeza, a no ser que se trate de una enfermedad.

¡Qué humana es la resistencia al sufrimiento! Por eso es más heroica la figura de la Virgen: fiel en la Cruz.

Ahora le decimos: Virgen Fiel, ruega por nosotros para que aprendamos a adaptarnos al querer de Dios.

Nos sucede a veces que admiramos una Cruz teórica. Eso es muy fácil. Pero después en la práctica no sabemos reconocer la Cruz de nuestro Señor. Que se manifiesta en una contrariedad, en una cosa que nos cansa, en un fracaso. Quizá imaginamos que la Cruz debía ser otra cosa distinta, incluso más dura, pero menos concreta y menos imprevista. Y somos capaces de grandes sacrificios personales, siempre que los hayamos elegido nosotros.

Y no os damos cuenta de que la Cruz que mejor se ajusta a nuestros hombros es la que nos hace el Señor. Una cruz a la medida... aunque no la esperemos. A todos nos sucede alguna vez lo que al Cirineo, que se encontró de golpe con la Cruz, y de sorpresa. Y nos podemos rebelar, o al menos, pensar que hemos tenido muy mala suerte y protestar por dentro.

Comenta Don Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría:

"Una casualidad sólo en apariencia, porque Dios le esperaba allí para cambiar su existencia. ¿Quién se atrevería a sostener que tuvo mala suerte? ¡Fue un inmenso regalo del Cielo!

Y eso es lo que tenemos que ver nosotros detrás de la contradicción inesperada. Es curioso cómo las almas fieles se dan cuenta de esta dimensión del sufrimiento.

Cuando Juan Pablo II estaba convaleciente del atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981, recibió la visita de D. Álvaro. Entre otras cosas, el sucesor de San Josemaría le dijo al Papa que el atentado había sido una caricia de la Virgen. No se refería al hecho de que las balas hubieran seguido una trayectoria inesperada y no hubieran afectado a ningún órgano vital. Se refería más bien a la posibilidad de sufrir por el Señor: eso era la caricia de la Virgen. Y el Papa le contestó que lo mismo había pensado él.

Sigue D. Álvaro hablando de Simón de Cirene:

El Señor no le obligó a cargar con la Cruz, le forzaron los hombres. Sin embargo no por eso carecía de mérito su comportamiento: podía ayudar a Cristo como quien acepta un honor, o rebelarse como ante una desgracia. La libertad interior seguía siendo suya".

La libertad interior sigue siendo nuestra. Le pedimos ahora a la Virgen fiel que nos dé lecciones de fidelidad. Lecciones para aprender, porque el mayor enemigo de Dios es la ignorancia. Y la mayor ignorancia que puede tener una persona en esta tierra es no entender en la práctica la Cruz.

Virgen Fiel, ruega por nosotros que, a veces nos cuesta tener cintura para adaptarnos al querer de Dios. Nos cuesta entender la ciencia de la cruz. Y, sin embargo, es necesaria para ser fieles.

Podría parecer que esta meditación es sobre la Cruz, pero no es así. Su título es Fidelidad y continuidad. Pero es que solamente seremos fieles si tenemos la capacidad necesaria de hacer nuestra la voluntad de Dios: aunque cueste, que costará.

Vivimos en una sociedad en la que no está nada de moda lo duradero. En ese sentido, los peores son los informáticos: te venden el último avance y resulta que tienen guardado el siguiente. Más bien cada vez se extiende más la cultura del usar y tirar. Y así no hay nada que dure un poco de tiempo. Esto les pasa, sobre todo a los jóvenes.

La gente madura es amante de la estabilidad. A la persona adulta no suele gustarle tanto el cambio. Incluso, los más mayores, son incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas tecnologías. Y les cuesta mucho salir de su rutina, aunque no tenga demasiado sentido.

La fidelidad no es ni un cosa ni la otra: ni el cambio por el cambio, ni la inmovilidad absoluta. Porque se basa en una realidad eterna y a la vez, constantemente nueva: el amor, que resiste al desgaste. Más bien madura con el tiempo.

Pero el amor bien enfocado: no como un recibir sino como un darse. Compatible con el sacrificio. Es más, apoyado en el sacrificio. Y esto es lo que mucha gente no entiende. Hay dos ideas en la cultura actual que ponen en crisis la fidelidad.

Una es confundir el amor con los sentimientos. Si el amor fueran los sentimientos, entonces al amor se puede pasar. Viene y va sin que podamos hacer demasiado por evitarlo.

La otra idea es que hay que evitar el sufrimiento a toda costa. Y no se entiende sufrir por amor.

Con todo esto, a mucha gente le parece que no se puede comprometer para toda la vida. Y precisamente por esto, expresiones como "perseverancia". "constancia", "tenacidad", han perdido prestigio. Porque huelen a rigidez, a uniformidad aburrida. Son los que entienden la "perseverancia" como algo puramente mecánico, inerte, inhumano.

Pero es que ser fiel, perseverar, es algo muy distinto. Porque la duración y la estabilidad en sí no son los valores más altos. Ninguna cosa es valiosa sencillamente porque es duradera. La inteligencia del sabio es movilísima, porque está siempre abierto a aprender más. En cambio, la rigidez del estúpido es inconmovible.

La fidelidad es muy activa, no es un permanecer al lado de alguien sin más. Se basa en el amor. Y el amor es lo más dinámico que existe: cada día se estrena, es nuevo. Por eso la fidelidad que le pedimos a la Virgen es algo vivo, elástico, paciente: aceptar con paciencia la Cruz, las pruebas del Amor.

La fidelidad está en descubrir nuestra debilidad y por eso poner la máxima confianza en el Dios que nunca puede fallar: "Dios no se muda". Podemos decir que en nuestra vida hay dos posibles caminos.

El de la tensión, el del perfeccionismo, que de alguna manera se distancia de las cosas, indiferente, impasible. Como una coraza que nos aísla. Se considera la virtud como un record, en plan deportivo y de autodominio.

Éste es un camino pero también hay otro: que exige un corazón abierto no centrado en uno.

La perfección no se mira como activismo o esfuerzo: mira qué perfecto es, cuántas cosas hace. O cómo se esfuerza. No, la fidelidad se mide con el don de sí a Dios.

Y eso se manifiesta en adaptarse a lo que el Señor quiere, que nos suele venir dado por los demás. Por eso, ser fiel es llegar a la comunión con Dios y con los demás. Ese amor que todo lo sufre, todo lo espera y que es fundamento de todas las virtudes. Ese amor que es un continuo comenzar y recomenzar. Es lo menos parecido a una virtud petrificada, o estable: es tremendamente activo. No es la permanencia en una postura, sino un amor que sabe adaptarse a las nuevas circunstancias.

Por eso la fidelidad es algo vivo. En la vida cristiana la perseverancia tiene que ser fidelidad viva. No una a doctrina, sino a una Persona. Ser fiel a nuestro Señor es volverse dócil, con elasticidad. Aceptar con paciencia el amor de Dios que nos prueba. La paciencia que a lo largo del tiempo ha descubierto su debilidad y busca a Dios que nunca puede fallar.

No se trata de perpetuar una cosa que hicimos hace años, sino de inventar nuevas formas de decir fiat: hágase. Nuevas formas de cantar un cántico nuevo cada vez.

La Virgen es la que lleva el ritmo de esa melodía de la fidelidad: ese hágase en cosas nuevas.

Las personas con ritmo se adaptan. San Agustín llama a la Virgen Tympanistria nostra: nuestra timbalera: la que marca el compás de nuestra fidelidad.

Tympanistria nostra, Virgo fidelis, ora pro nobis.

CONFIANZA EN NUESTRO PADRE DIOS

En el Evangelio nos dice nuestro Señor:

No andéis agobiados... Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de esas cosas (Mt 6, 24–34).

Quiere Jesús que nuestra fe nos lleve a confiar en nuestro Padre del cielo en las cosas pequeñas y grandes que tenemos entre manos. La fe nos tiene que llevar a confiar en Dios como han hecho todos los santos:

Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones según lo que se le había dicho. (Rom 4, 18).

La fe de San Josemaría, fue como la de Abrahán: creyó contra toda esperanza lo que Dios ha prometido:

llegarás a ser padre de muchas naciones.

Contra toda esperanza, porque había decidido entregar a Dios su vida en el sacerdocio.

¿Cómo puede realizarse esto? Preguntó la Virgen.

Y ya sabemos que no era falta de fe, como la de Zacarías, que pregunta ¿Cómo puedo estar yo seguro de lo que dices?.

María confía, cree desde el principio y, por eso recibe una respuesta clara:

el Espíritu Santo te cubrirá con su sombra.

¿Cómo puede realizarse esto? Se preguntan todos los santos. Porque todos han tenido que fiarse. Y, mientras más santos, mayores eran las tinieblas en las que les dejaba el Señor. Cuentan que la Beata Teresa de Calcuta sufrió al final de su vida lo que llaman la purificación interior. El Señor le dejó a oscuras y tuvo que hacer unos actos de fe muy explícitos.

El Señor es mi luz y mi salvación, dice el salmo (Sal 27). ¿Cómo no me voy a fiar?

Y también canta el salmista: Al que sigue buen camino le haré ver (Sal 49).

Tenemos que seguir el buen camino para tener la luz de Dios. San Josemaría es Padre porque se fió de Dios, con una fe que le llevaba a las obras. Señor, nosotros también queremos ser instrumentos tuyos, fidelísimos para acercarte a mucha gente.

Auméntanos la fe. Queremos confiar en Ti. Danos una fe con obras.

Porque la fe, la confianza en Dios, no nos lleva a quedarnos parados a ver qué es lo que hace el Señor. Eso sería muy cómodo. La fe lleva, precisamente a lo contrario: a complicarnos la vida. Y entonces, también en nuestro caso se realizará ese llegarás a ser padre de muchas naciones.

No hay ninguna contradicción entre esa promesa de Dios a Abraham y las palabras de Jesucristo unos cuantos siglos después.

A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial (Mt 23,9).

Porque Dios quiere que nuestra fe en Él se apoye en la confianza en sus instrumentos.

Señor, tú quieres que llamemos padre a las personas que reflejan tu paternidad. A las personas que nos llevan a Ti y que te hacen presentes.

Se entiende muy bien considerando las palabras de San Pablo.

Doblo mis rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda la paternidad en los cielos y en la tierra (Ef 3,14).

Por eso llamamos padre a Santo Padre, a los sacerdotes y, especialmente a algunos. Y por eso llamamos padre a nuestro padre de la tierra. Porque su modo de vivir la paternidad nos muestra la de Dios.

LE LLAMAN PADRE EN LOS 5 CONTINENTES

Hace bastantes años salió un video sobre San Josemaría que se titulaba: Le llaman Padre en los 5 continentes. Es un ejemplo muy claro de cómo muchos millones de almas llaman Padre a un sacerdote que lo que hace es acercarnos a Dios.

San Josemaría fue sigue siendo un pontífice, un puente entre Dios y los hombres.

Una vez le preguntó un sacerdote a un niño lo que rezaba por las noches.

El chaval le contestó: —Tres avemarías, un examen de conciencia, y un oh Dios.

Como no era muy lógico, el cura se extrañó, y le preguntó: —¿qué es esto de un oh Dios?

Y el chico le respondió: — Oh Dios, que por mediación de la Santísima Virgen otorgaste a San Josemaría, sacerdote, gracias innumerables, escogiéndole como instrumento fidelísimo para fundar el Opus Dei...

Es una oración que conoce mucha gente. San Josemaría fue, ante todo, instrumento fidelísimo de Dios para fundar el Opus Dei, que es camino de santificación para mucha gente. Por eso le llaman Padre en los cinco continentes. Es la paternidad que procede de Dios hecha realidad.

Se trata de una paternidad que no sólo hay que admirar sino, a nuestro modo, vivir también. Y un camino muy conveniente para los que buscamos la santidad en medio del mundo es la vida del santo de lo ordinario: San Josemaría. Precisamente en su libro más famoso, Camino, dejó escrito:

Es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro...

PEDIRLE SIN TIMIDEZ NI MODERACIÓN

Hay una carta de un padre a una hija suya. Carta de Santo Tomás Moro a su hija Margaret:

"Pides a tu padre dinero con demasiada timidez y moderación, mi querida Margaret;

si sabes que siempre me alegro de poder dar...

Te mando ahora solamente la cantidad deseada;

en verdad me gustaría adjuntar algo más; pero si puedo volver a dar también puedo deleitarme con la alegría de dar.

Pues me gusta que mi hija me pida y me halague un poco[...] cuanto antes me vuelvas a pedir más, tanto será mi placer."

Me contaron una anécdota de un sacerdote de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz al que su obispo le cambió de destino. Provenía de una parroquia del centro de una ciudad, para que atendiese a unas monjas en la periferia.

Fue a conocer su nuevo destino, y le abrió la puerta una de las religiosas, que le dijo: por fin lo que habíamos pedido.

Y le explicó: tenemos una imagen de San José al que le pedimos cosas. Y como muchas veces no sabemos explicarnos, le ponemos delante un recorte de lo que necesitamos. Una lavadora, o una nueva máquina de coser... Y decimos queremos una como está. Y últimamente como nos faltaba el capellán le hemos pedido un sacerdote, pero no cualquiera: venga a ver.

Efectivamente, entraron a ver la imagen de San José, que tenía una imagen de un cura recortado, y el cura era San Josemaría. Las monjas decían a San José: queremos un cura como este. Y verdaderamente les había hecho caso.

Y es que Tú, Señor, no fallas nunca si conseguimos acertar sobre a quién podemos llamar Padre en esta tierra.

San Josemaría no falla a quien le trata con confianza. Pero se trata de una confianza que nos lleva a acercarnos al Señor. Y esos son los favores que más le gusta hacer. Ha tenido que hacer algún milagro en plan curación, porque si no, no lo hubieran podido canonizar. Pero los que más le gusta son los milagros de tipo espiritual. Digo milagros porque lo son verdaderamente. Seguro que todos los que estamos aquí hemos protagonizado alguno.

PARECERNOS A LOS SANTOS

Te decía que, según Juan Pablo II, San Josemaría es el santo de lo ordinario. Por eso podemos intentar parecernos a él: por dentro y por fuera, en muchos aspectos. En la primera audiencia que concedió el Papa Pablo VI al primer sucesor de San Josemaría, Álvaro del Portillo, éste se desahogó con el Santo Padre. Le dijo que andaba algo agobiado, porque tenía que suceder a un santo, y se veía a sí mismo incapaz de conseguirlo.

El Papa le contestó: esté tranquilo, porque ahora el santo está en el cielo y, desde allí nos podrá ayudar mucho.

Y le dio un consejo: Cuando tenga que hacer algo, piense: ¿cómo actuaría el fundador en mi lugar? Y obre en consecuencia.

Todo lo contrario a lo que decía San Josemaría, cuando sus hijos le preguntaban en qué podían imitarle.

A mí no me tenéis que imitar en nada: imitad a nuestro Señor Jesucristo, que es el modelo.

Sin embargo admitía dos excepciones a esta norma de conducta: en el hecho de ser un hombre que sabe querer.

Y es lo que te pedimos ahora, Señor: enséñanos a querer como han querido los santos. A ti y a los demás.

Quizá sea mucho pedir, porque al fin y al cabo, le estamos pidiendo al Señor querer con su propio corazón. Y eso es muy fuerte. Pero nos atrevemos poniendo como ejemplo a los santos.

La otra excepción era esta: querría que me imitarais en el amor que tengo a nuestra Madre, la Virgen Santísima.

Por algo interna y externamente era Mariano. Porque sabía que el amor a María, nuestra Madre, nos lleva directamente hacia el Señor.

UNIDAD


Celebramos hace poco la fiesta de la Santísima Trinidad. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero: el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Pero no son tres dioses sino un solo Dios.

De este misterio se pueden sacar varias conclusiones. Yo querría que en este rato de oración nos fijemos en una. Que Dios es una familia muy unida: diversidad de personas perfectamente unidas entre sí.

Señor, te contemplamos sin entender demasiado. Pero nos impresiona la unidad que hay entre las tres Personas Divinas.

LA FAMILIA UNIDA DE LOS HOMBRES

Queremos, no sólo admirar, sino aprender de la intensísima comunión que hay entre las Divinas Personas, para vivirla también nosotros. Es ambicioso, pero es algo que el mismo Jesús desea para los cristianos.

Quiere el Señor que sus discípulos estemos unidos, tanto como la Santísima Trinidad. Así se lo pidió al Padre durante lo que se llama la oración sacerdotal de Jesús, en la Última Cena.

Comienza el Señor rogando por los apóstoles, que estaban con Él en ese momento. Pero luego, su Corazón se desborda y transciende a los que le acompañaban para derramar su Amor en los que vendríamos después.

No ruego sólo por éstos, sino por los que van a creer en mí por su palabra –esos somos nosotros. Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros.

Lo que pide el Señor es la unidad de todos los cristianos. Una unidad tan fuerte como la de las Tres Personas Divinas. ¿Y para qué?

Para que el mundo crea que Tú me has enviado.

Éste es el testimonio que tenemos que dar los cristianos. Si no, no se va a propagar el Evangelio. Al menos como el Señor quiere que lo haga. Porque, si no estamos unidos, no vamos a tener la credibilidad necesaria para que se acerque la gente a la Iglesia. No vamos a ser la imagen de la Santísima Trinidad que los hombres esperan ver.

Quizá podamos pensar en un primer momento en la falta de unidad que hay entre los cristianos, a nivel mundial. Los protestantes, con todas sus ramificaciones, según la interpretación que hagan de la Escritura. Los ortodoxos, con unas iglesias totalmente identificadas con los gobiernos de los países donde están. Los anglicanos, que se separaron de la Iglesia por una cuestión política...

Es verdad, es algo que desgarra a nuestra madre la Iglesia y que tenemos que llevar en el corazón constantemente. Como sabes, era una de las intenciones principales del Papa Juan Pablo II y sigue siéndolo de Benedicto XVI.

Que seamos uno, como lo son el Padre el Hijo y el Espíritu Santo. Y la realidad es que no lo somos.

Y quizá se nos puede echar un poco encima el problema y decirnos y yo, ¿qué puedo hacer?

Es bueno que nos lo planteemos así: ¿qué puedo hacer para contribuir a la unidad de la Iglesia?Si yo no conozco a ningún protestante, ortodoxo o anglicano.

Quizá lo primero sea actualizar nuestra oración, unirla a la de Jesucristo: que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti. Eso está al alcance de todas las fortunas.

SEMBRADORES DE UNIDAD

Y después sembrar unidad a nuestro alrededor. Porque la unidad de la Iglesia no sólo se rompe con los cismas. Ya se ve que es un problema antiguo, al menos en algunos lugares, porque ya San Pablo escribía a los de Corinto:

Os exhorto, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que (...) no haya divisiones entre vosotros, sino que viváis unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir. (1 Cor, 1,11)

Y no era un consejo por si acaso surgía algún pequeño roce entre ellos. Era un mandato porque ya había divisiones que escandalizaban a los paganos:

Pues he sabido acerca de vosotros, hermanos míos, (...) que existen discordias entre vosotros. (1 Cor, 1, 11–12)

Y a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Seguramente no vamos a provocar que se desgaje una parte de la Iglesia. Pero sí rompemos su unidad cuando dejamos de estar unidos a alguno de sus miembros.

Cuando vamos criticando a los demás a sus espaldas, en vez de decirles lo que tienen que mejorar a la cara. O cuando vamos guardando rencores de “ofensas” (entre comillas) que tendríamos que haber perdonado al instante. O cuando hacemos distingos en nuestro trato somos capaces de marginar a una persona porque nos caiga peor.

Y es que no nos damos cuenta de que los cristianos que tengo a mi alrededor son Iglesia. Por voluntad de Dios, la Iglesia es una familia: nuestra familia. Y los demás cristianos, nuestros hermanos. Y a los hermanos se les quiere. Por encima de diferencias. Se les perdona y se les pide perdón. Igual que la Santísima Trinidad es La Familia, por excelencia, la Iglesia tiene que ser Familia. Y una familia unida.

UNIDAD DE AFANES Y VERDADES

Unidad que se manifiesta, se tiene que manifestar, en unidad de afanes: estamos en el mundo todos para lo mismo. Para querer mucho al Señor y para irnos al cielo. Y para llevar a mucha gente con nosotros a la vida eterna. Todo lo demás es secundario.

¿Qué más nos da que tengamos opiniones distintas sobre las cosas terrenas?

El equipo de fútbol, el partido político o la música que más nos gusta. Eso no es lo importante.

Y este afán nos une a todos los demás cristianos. Cercanos y lejanos, trascendiendo diferencias de cualquier tipo. Compartimos también la misma fe, el mismo modo de ver las cosas. Y los mismos medios para alcanzar la santidad.

Por la Comunión de los santos, hemos de sentirnos muy unidos a nuestros hermanos de todo el mundo.

UNIDAD DE AMOR

Señor, Tú nos unes a los demás. Sobre todo compartimos nuestro amor a Ti.

Y no es un amor que nos separe, como pueden ser los amores de la tierra, sino que lo podemos compartir y eso nos une. Porque el amor a Jesucristo nos cambia el corazón. Por eso, conseguiremos que los cristianos estemos unidos en la medida en que tengamos como centro a Cristo.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Io 15,5).

No puede ser de otra manera. Toda unidad se alimenta, de la unidad con Cristo. Los sarmientos están unidos entre sí en la medida en que estén unidos a la vid. Porque es el único modo de que tengan vida. Y sin vida no puede haber unión con los demás.

Señor, queremos que la unión con nuestro hermanos esté basada en nuestra unión contigo.

Quizá se entienda mejor desde el punto de vista negativo: todo pecado es una ofensa a Dios y un daño a nosotros mismos. Pero a la vez, produce una lesión de la comunión que nos une a todos los hijos de Dios.

LA BASE ES LA HUMILDAD

Por esto la unidad tiene su base en la humildad; porque Dios da su gracia a los humildes (cfr. Iac 4,6; 1 Petr 5,5). La humildad es vivir de acuerdo con la verdad sobre nosotros y sobre Dios. Es darnos cuenta de lo poca cosa que somos. Y de lo mucho que lo necesitamos.

Sin mí no podéis hacer nada (Io 15,5);

Y esta convicción nos lleva a acudir a Dios para todo.

Señor, todo lo mío lo pongo en tus manos. Son las mejores. No voy a intentar mejorar con mis solas fuerzas.

Es muy claro que, el cemento de la unidad es la caridad, el amor a Dios y a los demás. Y para vivir la caridad hay que ser humildes. Dicen los santos que la humildad es la puerta para la caridad. Porque todo hombre se encuentra ante la disyuntiva: o amor a Dios o amor a sí mismo.

Dos amores construyeron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de uno, la de Dios; el amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena (San Agustín, De Civitate Dei, 14,28).

Se trata de que veamos qué ciudad estamos construyendo en nuestra alma. Y para eso hay que abrir el corazón de par en par, con toda sinceridad y sin miedo a lo que nos encontremos. Sin humildad no hay caridad posible y sin caridad comienza la división.

María es la que Madre de la Iglesia que une a sus hijos. Si la queremos mucho, no ha brá nada que nos separe de los demás.

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Ver resumen
.
La fiesta del Corpus Christi la quiso Dios directamente para hacernos valorar la Eucaristía.

Se celebra desde hace 700 años. La historia comenzó en Bélgica. En el año 1230, en un monasterio de las afueras de Lieja, una religiosa llamada Juliana de Monte Cornillón tuvo una visión en la que se le aparecía la luna radiante, pero ensombrecida por uno de sus bordes.

UNA SOMBRA EN LA LUNA

El Señor le hizo entender el sentido de tan enigmática visión: la luna radiante significaba la Iglesia Militante –la que formamos los que estamos en esta tierra–, y la sombra hacía alusión a la ausencia de una fiesta dedicada específicamente a la adoración del Cuerpo de Cristo.

Las visiones de la mística belga fueron examinadas por una comisión de teólogos, entre los que figuraba Jacobo Pantaleón. Años más tarde, este sacerdote era elegido Papa con el nombre de Urbano IV.

LAS DUDAS

Dos años después de la elección del Papa Urbano, en 1263, se produce el prodigio de la Misa de Bolsena. Podemos recordar lo que sucedió.

Pedro de Praga, sacerdote muy piadoso, era tentado con dudas sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Iba camino de Roma y se detuvo en Bolsena para decir Misa. Al partir la Hostia consagrada se le convirtió en carne, de la que salían gotas de sangre, que cubrieron el corporal. Lleno de terror, suspendió la Misa y llevó los corporales a la sacristía.

LA INTERVENCIÓN DEL PAPA

Urbano IV se encontraba en Orvieto, cerca de Bolsena, y pidió que le llevaran esos corporales. El Papa con toda su corte los recibió de rodillas. Estos corporales se conservan en Orvieto. Este milagro, junto al recuerdo de la visión de la religiosa, hizo que el Papa instituyera en toda la Iglesia la fiesta que ya se había celebrado en Lieja años antes.

Y LA SANGRE

El libro del Éxodo nos habla de que Dios hizo un sacrificio de holocausto y tomó la sangre, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros» (Primera lectura: Ex 24, 3-8).

Esta sangre es símbolo de otra que celebramos en la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, que se nos ha dado como alimento. El Señor dijo en la Última Cena «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos» (Evangelio: Mc 14, 12-16.22-26). Anteriormente había dicho que debíamos beber su sangre para alimentarnos de Él. En el misterio de la Sangre y Cuerpo de Cristo está Jesús.

–Señor, que no nos acostumbremos a tu presencia en la Eucaristía.

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Dice la Escritura que el hombre no sólo vive del pan natural, sino de otro tipo que es el pan sobrenatural.

A este alimento del Cielo es al que llamamos Corpus Christi: el Cuerpo de nuestro Señor que se nos da como «verdadera comida» y su sangre que se nos da como verdadera bebida (cfr. Jn 6, 55).

Dice San Pablo que el que come su carne y bebe su sangre vivirá una vida distinta y eterna: la vida de Cristo: «El que come de este pan, vivirá para siempre» (Aleluya). «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él –dice el Señor» (Antífona de Comunión)

EL PAN DEL CAMINO

Este alimento nos lo deja el Señor para tener fuerza y superar las dificultades: los desánimos, el cansancio. En definitiva, nos lo da para llevar una mejor calidad de vida sobrenatural.

–Jesús, Pan del Cielo, danos la Vida Eterna.

Nos deja un pan de esta vida que nos lleva a la otra. No sólo eso, sino que quería estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.

–Bendito seas, Jesús, en el Santísimo Sacramento del altar.

BEBER SU SANGRE

Dios quería ser nuestro. Y para eso, se hace alimento, algo que se come y bebe y que llega a formar parte íntima de cada uno; se hace uno con nosotros.

Jesús quiso que el verbo comer apareciera en el Evangelio. Y lo hizo porque explica muy bien la unión que quiere tener con nosotros. No hay mayor unión que ésta.

Si lo piensas, es impresionante. No hay varios Jesucristos, sino solamente uno: el que está en el Cielo es el mismo cuya carne comemos y cuya sangre bebemos.

Esta fiesta nos reúne a todos, como se reúnen las familias para almorzar, incluso en la terracita de la calle. En la procesión del Corpus salimos para ver a nuestra verdadera Comida.

Sabiendo que siempre nos aprovecha, aunque a veces nos distraigamos. Lo mismo que a una persona hambrienta le alimenta lo que toma, aunque esté acatarrada y no saboree lo que come.

Este Cuerpo y esta Sangre se formaron en la Virgen María. De alguna manera misteriosa Ella también está presente en la Eucaristía.

lunes, 1 de junio de 2009

SANTÍSIMA TRINIDAD

.
Hace unas semanas, vi una madre que llevaba a su niño de la mano por la calle. Cruzaron la calle, se dirigió a un policía, le preguntó algo, el poli le indicó un sitio y se fue hacia allí, siempre con el niño cogido.

Y pensaba yo al verles que así hace también nuestra Madre la Iglesia con nosotros.

Nos lleva de la mano hacia Dios, porque sabe que lo necesitamos. Para eso, nos facilita el trato con el Señor a través de las fiestas litúrgicas.

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Y nos atrevemos a pensar en cómo es Dios.

Hubo un escritor muy conocido en Inglaterra (Collins), famoso por su incredulidad, que se encontró en cierta ocasión con un obrero que iba a la iglesia y le preguntó con ironía:–¿Cómo es tu Dios, grande o pequeño?

El obrero le contestó con sencillez: -Es tan grande que tu cabeza no es capaz de concebirlo, y tan pequeño, que puede habitar en mi corazón (Cfr. T. Tóth, Venga a nosotros tu reino).

LA BONDAD DE DIOS

Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros (Antífona de entrada).

Así vamos a empezar nuestra Misa: alabando a Dios, que se abaja a querernos como somos, no como Él quiere que seamos. Tiene misericordia de nosotros, asume nuestra miseria, no sólo las cosas buenas que Él nos ha regalado.

¡Cómo descansa saber que el Señor nos quiere con nuestros defectos! Por eso, es capaz de perdonarnos, porque nos quiere. Carga en su corazón con lo malo que tenemos: así de bueno y grande es nuestro Dios.

LA ALEGRÍA DEL ENAMORADO

Ante el amor lo que te sale es cantar. Es como lo que le sucede a la gente que se enamora: cuando se ven correspondidos explotan de alegría.

Se les nota porque no hablan de otra cosa. Están como ensimismados. Incluso los más rudos se vuelven un poco cursis.

Pues, nosotros, al ver el Amor tan grande de Dios, nos volvemos litúrgicos y repetimos lo que han dicho tantos santos durante siglos: A ti gloria y alabanza por los siglos.

-Te reconocemos, Señor, como único Dios (cfr. Dt 4,32-34. 39-40: Primera lectura).

Nos sale solo decir con el Aleluya de la Misa: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Y con el salmo: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

EL AMOR DE DIOS

San Juan nos dice en el Evangelio: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna (Jn 3, 16-18).

¿Cómo nos podemos imaginar el amor que Dios nos tiene? ¿Cómo podríamos entenderlo?

Podemos seguir pensando en el amor humano. Es una imagen no perfecta, pero que todo el mundo entiende.

De hecho, las películas románticas nunca pasan de moda, porque reflejan como está hecho el corazón del hombre.

El amor es tan fuerte que constituye una Persona: Dios Espíritu Santo. El amor entre un hombre y una mujer es tan fuerte que engendran vida.

También el amor de un padre y una madre representa el amor de Dios. Quizá el amor de madre es el amor más fuerte que se da en esta tierra. Puede ser el más parecido al que Dios nos tiene: porque Dios es Padre y Madre a la vez.

El Señor, como buen Padre, está con nosotros todos los días, no nos deja (cfr. Mt 28,16-20: Evangelio de la Misas).

Por eso entendemos que san Pablo diga que podamos llamar a Dios como llaman los niños judíos a sus padres: ¡Abba! (Padre) (Rm 8,14-17: Segunda lectura).

LA VIDA INTERIOR DE DIOS

Decíamos que la Iglesia nos lleva de la mano para que nos sorprendamos ante este admirable misterio. Tres personas en la más estrecha unidad. Tres personas que se relacionan en una comunión de Amor.

Una Trinidad de Personas que dan y reciben perfectamente durante toda la eternidad. Se quieren para siempre y mucho. Así es la vida interior de Dios.

Qué bien se entienden las palabras de Benedicto XVI cuando dice: Dios no es soledad infinita sino comunión de luz y amor.

Ante un Dios así caemos de rodillas y, la Iglesia, nos recomienda que repitamos una y otra vez: Tibi laus, Tibi gloria, Tibi gratiarum actio in saécula sempiterna. O Beata Trínitas!

Con todas las fuerzas de nuestro corazón y de nuestra voz, te reconocemos, Señor, te alabamos y bendecimos.

San Josemaría, cuando rezaba el Sanctus, Sanctus, Sanctus de la Misa, disfrutaba pensando que miles de ángeles revoloteaban por ahí, cerca del altar, dispuestos a adorar a Dios.

EL CIELO EN LA TIERRA

Los santos, como querían tanto al Señor, han procurado también hacer como él: querer mucho también a sus enemigos.

Porque es más humano y más divino la comunión, la unión con los demás, que la lucha, la división y el egoísmo.

Dice San Pablo: tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros (2 Cor 13, 11-13).

DIOS NOS BUSCA

Somos sociables, necesitamos compartir. Eso es lo que hace Dios: busca compartir con los hombres todo su amor, le sale solo.

Así buscó a su pueblo elegido y lo sacó de las tierras de Egipto con brazo fuerte (cfr. Primera lectura).

Lo peor de todo es que el hombre rechaza ese amor con el pecado. Eso fue lo que les ocurrió a los judíos, que se hicieron un becerro de oro y se enemistaron con él.

La situación de amistad con Dios, que existía antes, en el paraíso, se rompió con el pecado. Adán y Eva quisieron hacerse como Dios y se alejaron de él.

SER COMO DIOSES

El hombre se convierte en más santo cuanto más se parece a Dios. Nos convertimos en imagen suya cuando comulgamos.

Dios se realiza entregándose. A nosotros nos pasa lo mismo. Uno se realiza plenamente cuando se entrega, no cuando se afirma a sí mismo. Esa es la Trinidad, y esa es la vida nuestra.

Una cosa es pecado no porque Dios, de manera arbitraria, declare que lo sea, sino porque destruye la verdad del hombre: que estamos hechos para los demás.

Gracias a María late un corazón humano en el interior de la Trinidad. Gracias al fiat de la Virgen se hizo hombre Dios. Para que nosotros participáramos de su vida divina.
Gracias a Ella somos humildemente dioses, porque contamos con nuestro Padre Dios y con la misma Madre.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías