lunes, 30 de marzo de 2009

LA HORA CERO

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Comenzamos esta Semana que los cristianos llamamos Santa. Son los siete días más importantes de la historia de la humanidad.

Lo que ocurrió fue tan fuerte que hoy sigue influyendo en las personas. De hecho muchos se convierten en estos días. La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús marcó un antes y un después.

En los libro de historia se cuentan las cosas haciendo referencia al Señor. Así, se dice que Constantino es del siglo III d.C.; o que los egipcios son del año 2.000 a.C. Realmente todo gira alrededor de Cristo.

Por eso, por poco que nos empeñemos, meditando despacio lo que ocurrió, saldremos de estos siete días mejor de como estamos ahora. El Señor espera de nosotros un cambio. Con su ayuda podemos convertirnos.

EL PASO DEL SEÑOR

Dios no sólo quiso hacerse hombre, sino que decidió implicarse en la vida humana.

Aunque sabía que, si se portaba con sinceridad, con Verdad, la malicia de los hombres acabaría con su vida.

Aceptó esa humillación, sabía que los hombres se portarían así, y no obstante consintió que los seres humanos lo trataran con saña, con una vileza increíble.

Esto, a simple vista, no se entiende bien. Incluso, aunque lo medites en la presencia de Dios, no es fácil comprender por qué quiso llegar hasta ese extremo y pasarlo tan mal.

Hace unas semanas, durante una convivencia de niñas de 15 años, les pusieron un documental sobre el via crucis. Algunas venían a hablar conmigo durante la proyección porque preferían no verlo, les daba pena ver sufrir tanto al Señor.

Algo parecido le sucede a la gente con las imágenes de la flagelación que aparecen en la conocida película de la Pasión. Muchos se salen porque no aguantan ver aquello.

El paso del Señor por la tierra fue un camino sangriento, un via crucis. Y precisamente con su Sangre nosotros nos íbamos a salvar de la esclavitud de nuestros pecados.

COMO EL PEOR DE LOS ESCLAVOS

El profeta Isaías describe cómo iba a ser tratado el Mesías, sería un esclavo, un siervo, llevado a una muerte especialmente cruel (cfr. Is 50,4-7: Primera lectura).

Hay una expresión que aparece en la Escritura y que no deja de llamar la atención. Y es cuando compara a Jesús con un cordero llevado al matadero. Así iba el Señor: angustiado por lo que se le venía encima pero sin rechistar.

Cuando un animal es llevado al lugar donde lo van a degollar, de alguna manera se da cuenta, lo sabe, y se resiste todo lo que puede. Jesús no se resistió. Entró montado en un borrico sabiendo que lo iban a torturar.

Las masas que lo aclamaban a su entrada triunfal en Jerusalén, pocos días después iban a pedir que lo torturaran: que le doliera morir.

Dice el salmo de la Misa: me acorrala una jauría de mastines (Sal 21: responsorial).

El Señor va hacia la muerte rodeado de gritos en su contra y alaridos de sus enemigos. Como una presa que corre acorralada por sus asesinos, en medio de ladridos y dentelladas. No tiene escapatoria. Muere humillado y en medio de un dolor tremendo.

San Pablo nos habla también de la humillación de Jesús, que siendo Dios fue despojado de toda dignidad, para acabar clavado en un madero (cfr. Phil 2,6-11: Segunda lectura).

LA HUMILLACIÓN DE DIOS

Gracias al abajamiento de Dios el hombre ha sido salvado. Nada en lo que interviene Dios acaba en tragedia. Porque de los males saca bienes, y de los grandes males grandes bienes.

La Semana Santa empieza con la exaltación del Mesías. Pero esto dura poco: al cabo de unos días el que era aclamado se ve totalmente en desamparo.
No podemos esperar nada de este mundo. Todo lo bueno viene de Dios. Lo que, en principio nos parece rechazable, una muerte así, en el fondo nos hace mejores.

Hace unos años, una chica joven, valenciana, contó cómo fue su conversión durante una Semana Santa que pasó en Roma.

Cuando llegó por primera vez a la Plaza de San Pedro aquello le impactó. No sólo por la arquitectura sino por que estaba en el centro de la cristiandad. Y allí estaba, una mañana como la de hoy, Domingo de Ramos, asistiendo a Misa. Escuchó con atención el Evangelio de la Pasión, y después la homilía de Benedicto XVI.

El Papa hizo alusión a que, antiguamente, durante esa Misa la gente iba en procesión hasta la iglesia y, cuando llegaban a la puerta de la iglesia, se golpeaba con la cruz que encabezaba la procesión.

Estas palabras de Benedicto XVI le impresionaron mucho y le venían constantemente a la cabeza durante los días siguientes: «Dios está golpeando mi alma para que le abra las puertas…». Esas palabras se le quedaron grabadas en el corazón, y le fueron viniendo a la cabeza durante los días siguientes.

Llegó el Viernes Santo y fue a los oficios a una iglesia que estaba llena hasta los topes. Durante los oficios hay un momento en el que la gente va hacia el altar para adorar y besar la cruz.

Como había mucha gente, aquello duró casi una hora. Mientras estaba en la cola, le vino a la cabeza otra vez la idea que del Papa: la cruz procesional que golpea las puertas de la iglesia para que se abrieran…«Dios está golpeando mi alma para que le abra las puertas…»



Se iba acercando cada vez más. Entonces, cuenta esta chica, le entraron ganas de salir corriendo fuera de la iglesia y huir.

Pero también le venían unas ganas tremendas de salir corriendo, pero hacia la cruz, para besarla y dejarle al Señor entrar en su alma. Al final todo terminó bien.

EL TRIUNFO DE LA FE DE UNA MUJER

Y después de que Dios es humillado por nuestro amor, vendrá lo que nadie esperaba. Habrá un antes y un después en la Historia humana: la Resurrección.

La Virgen se fió siempre de Dios. La primera Eva ante un árbol desconfió de Dios. María ante el madero de la cruz, aceptó ser humillada para que la humanidad que naciese estuviera en amistad con Dios.

El primer pecado fue iniciado por el orgullo y la desobediencia. La salvación nos vino por la humildad y la aceptación de una Mujer: Hágase.

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