miércoles, 15 de octubre de 2008

EL GALO INSENSATO

Todos tenemos claro que las cosas salen cuando se tiene fe en el Señor.

Lo nuestro es vivir de fe. Estar pegados a Dios. Contar con Él para todo. Cuidarle. Ser piadosos.

Cuando vivimos así las cosas salen porque no las sacamos nosotros. Con nuestra fe el Señor hace milagros.

A veces, la gente se queja de que Dios no le hace caso. Como si la oración fuera magia. Como si consistiera en unas palabras que se dicen, y entonces las cosas amargas se vuelven dulces. Como si aquello fuera un abracadabra.

Hay una pregunta típica que a veces nos hacen a los curas:
–¿Por qué Dios no me hace caso cuando le pido cosas? Vengo aquí y Dios no se digna oírme. ¿Es que no me escucha o qué pasa?

No es ese el problema de la oración. No es que Dios no nos oiga. A la oración venimos a identificarnos con el querer de Dios, porque Dios sabe más.

Nosotros tenemos que tener cintura, adaptarnos. El Señor nos pide unas veces unas cosas y otras veces otras.

Esto es lo que pasó en la vida de la Iglesia: en los primeros tiempos y en la historia reciente.

Dios es más listo, es más poderoso y nos quiere más de lo que nos podemos querer a nosotros mismos.

Por eso la mejor oración es: hágase tu voluntad. La que ahora hacemos. Dios, unas veces pide unas cosas y otras veces otras.

Eso que nos preguntan a los sacerdotes ¿por qué Dios no me escucha?, choca frontalmente con lo que Jesús dijo en el Evangelio: «Pedid y se os dará».

Quizá no se nos da exactamente lo que hemos pedido, sino otra cosa mejor.

«Buscad y hallaréis» y encontraréis un tesoro quizá más valioso que el que buscabais.

Esto es lo que nos ha ocurrido a nosotros con nuestra vida. Nosotros buscábamos una cosa y nos hemos encontrado con otra.

Nos acercamos al Señor por un asunto, y resulta que, con la vocación, el Señor nos ha dado cosas más valiosas. Por ejemplo, una familia mucho mejor... todo mejor.

«Llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre» (Lc 11, 5-13).

El Señor es radical. Son palabras claras como el agua. Dios nunca deja de atender una petición.

Esto lo han tenido muy claro los santos.

Cuando San Josemaría tenía que hacer el Opus Dei, decía él mismo que lo único que tenía era 26 años, gracia de Dios y buen humor.

Gracia de Dios: contaba absolutamente con Dios para sacar adelante su Obra. Su tendencia a la oración era algo que tenía incorporado a su vida.

Cuando era apenas un adolescente y vio que Dios le pedía algo, al descubrir unas huellas de unos pies descalzos en la nieve, aquello le movió a rezar más.

Poco a poco se fue acostumbrando a vivir de fe, a adaptarse al querer de Dios, que a veces pide una cosa y otras veces otra cosa distinta.

Poco a poco se fue acostumbrando a vivir de fe. De hecho se hizo sacerdote para estar más disponible.

A los diez días de entrar en el seminario se nombró a Josemaría celador de la Asociación del Apostolado de la Oración para el curso 1920–1921.

Tal vez porque descubrieron en él, desde el primer momento, que era una persona piadosa.

«Era el único de los seminaristas que yo conocía que bajara a la iglesia en las horas libres», decía un compañero suyo de seminario (El Fundador del Opus Dei, Vázquez de Prada, Tomo I).

Era el único que bajaba en las horas libres. Esto es lo que le ha sucedido a los santos, que, para los demás, han sido un poco friquis. Hacen cosas que no hacen los otros.

Y por las noches, cuando las luces se apagaban, San Josemaría iba a estar con Jesús Sacramentado. Algo que hacía con frecuencia, que se salía de lo «estrictamente aprobado por la ley», entre comillas.

Todos los santos han sacado adelante los grandes proyectos de Dios por su fe. Y la fe hace que uno esté con un pie o con los dos en el aire. No teniendo todo amarradito. Y eso desde Abraham:
sal de tu casa, de la tierra de tus padres...

El problema de que no salgan las cosas que pedimos al Señor, puede ser porque no se pide bien. Y no se pide bien porque se pide con falta de rectitud.

O porque lo que se pide no es bueno objetivamente.

O, también puede ocurrir porque Dios ve más conveniente hacernos esperar.

Si no alcanzamos las metas que nos proponemos en la vida interior, o en el apostolado no es por las circunstancias. O las dificultades exteriores: para Dios son nada.

Hay una parte de la carta que San Pablo escribe a los Gálatas, en la que parece como si el Apóstol estuviera enfadado.

Estamos leyendo en estos días esta carta precisamente, que tiene unas circunstancias determinadas.

Les llama a aquellos hombres insensatos y estúpidos... que no está mal.

¿Y eso por qué? ¿qué era Galacia? Sabes que San Pablo era de un sitio de Asia Menor que se llamaba Cilicia, que está al sur de la actual Turquía.

Y al norte, más arriba del monte Tauro, estaba Galacia, una región que San Pablo conocería, porque eran sus vecinos del norte.

Galacia viene de Galia, porque sus habitantes eran celtas. Cuentan los que han estudiado todo esto quiénes eran estos hombres con los que San Pablo tuvo dificultades.

La provincia romana de Galacia. Para reprimir el pillaje, los emperadores Augusto y Claudio emplearon un medio muy eficaz. Fundaron colonias de veteranos romanos.

Los que después de haber estado luchando, se licenciaban, eran utilizados como colonos principales de una región.

En concreto, los veteranos de la Legión céltica Alauda fueron destinados a esta zona (cfr. San Pablo, Josef Holzner, pp. 112-113, 123 y 172).

A Antioquía de Pisídia, por ejemplo, o a la Lidia, Iconio, o Listra... toda esa zona que San Pablo visitó en su primer viaje.

Hoy en día se guardan en Roma obras de arte que reflejan a la gente de estas tierras. No sé si habrás visto la escultura del «Galo Moribundo», que era un guerrero de esta zona, de Galacia, no de las Galias (cfr. San Pablo, Josef Holzner, p. 172).

Eran celtas, como los de Irlanda o Galicia: con esos mismos rasgos físicos.

Nos dicen los historiadores que estos gálatas eran «
ansiosos de saber, curiosos, de espíritu despierto, pero también vanidosos, fogosos, amigos de espectáculos, fanfarrones, algo entusiastas en sus sentimientos y muy amables.

Como guerreros eran irresistibles al primer arranque, pero sin verdadera resistencia. Todavía hoy encontramos semejantes características en el pueblo irlandés
» (cfr. San Pablo, Josef Holzner, p.172).

Era gente de mucho corazón, de un primer arranque. Pero luego se venían abajo.

Y donde fue por primera vez San Pablo: la zona de Antioquía de Pisídia, la verdad es que no era un lugar, donde se destacara por la piedad.

Había un ambiente depravado, que se podría describir como lo hace el Papa en su encíclica sobre la caridad. Se habla de las meretrices sagradas del templo: adoraban al Dios Men o Lunus (Dios Luna) entregándose a los más salvajes excesos (cfr. San Pablo, Josef Holzner, p. 113).

Allí se encontró San Pablo junto con Bernabé.

Por desgracia Marcos desertó: era de ciudad, y de buena posición económica. Y aquél viaje le parecía una locura, y decidió coger el primer barco que zarpase para Cesarea. Fue la primera situación difícil para Pablo. Y fueron al sur de Galacia, y allí recibió unas buenas pedradas...

Esto fue durante el primer viaje. Durante el segundo quería ir al norte de Galacia. Era una región peligrosa: hemos dicho que los emperadores romanos pusieron allí a legionarios licenciados, para que mantuvieran el orden.

Los judíos en esta zona eran muy poderosos, algunos tenían bastante dinero, y como era un lugar de comercio relativamente próspero allí tenían mucho peso político.

Los judíos hicieron creer a las autoridades que los cristianos eran personas que iban en contra del Imperio.

La secta cristiana era peligrosa porque predicaba un nuevo rey del oriente, llamado Cristo, que había sido condenado como rebelde de la soberanía romana, y después había sido crucificado.

El cristianismo, para los habitantes de Galacia era presentado como una religión que favorecía la alta traición.

Y allí estaba Pablo. Y después de años de predicación se marchó. Tiempo después tuvo noticias de cómo iban aquellos hijos suyos tan querido.

Entre otras cosas allí –al parecer– habría estado enfermo de paludismo, y pasado en cama días aquejado de fiebres.

Por eso, en la carta que les escribe les dice que, con dolor, que de nuevo sufre dolores parto, hasta ver a Cristo tuviera forma en cada uno de ellos. (Gal 4, 19). Porque veía que ya empezaban a judaizar.

En el Concilio de Jerusalén se había dicho claramente, que los cristianos convertidos de la gentilidad no tenían que cumplir la ley de Moisés.

Y algunos judeocristianos no estaban conforme con esto: –
hay que vivir la ley.

Pablo, siguiendo lo que se había acordado en Jerusalén, afirmaba con rotundidad que no era necesario. Que Jesús no había ganado la libertad.

Esto es lo que predicaba Pablo. pero cuando se fue de Galacia, los judeocristianos empezaron a dar la matraca: –
que tenéis que cumplir los preceptos de Moisés, si queréis salvaros. Que Cristo lo hacía así.

Y a estos hombres que se dejan engañar por unos cuantos, Pablo dirije sus palabras más duras:

«¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado?»

¿No os enseñe yo que Jesucristo os había ganado la libertad?

«Contestadme a una sola pregunta: ¿Recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe?»

Un problema grave en aquella época.

Lo peor no era la lujuria que vivían los paganos en aquella región. No ve Pablo peligro en la lujuria. Lo que le preocupa es el orgullo.

Esto es lo que fustiga el Apóstol en la carta a los Gálatas es la ceguera de su soberbia:
«¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la materia! (...)».

En la materia, en la materialidad de la ley.

«Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace?»

¿Lo hace por Jesucristo? ¿Se realizan los milagros por observar la ley?

Aclaraos, ¿es por la fe en Jesús, o por seguir la ley mosaica?

«¿Es porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe?» (Gálatas 3, 1-5).

Nosotros también nos encontramos con dificultades, no tantas como las que tuvo que padecer San Pablo.

Él era un adelantado que tuvo que romper esquemas. Como San Josemaría, que rompió es quemas. Por eso hay gente que le llamaba loco porque de lo que hablaba era muy novedoso.

Nosotros también nos encontramos con dificultades, las más grandes no son las derivadas de la sensualidad.

Vemos que hay personas que han tenido problemas de sensualidad, pero que salen adelante.

Lo difícil es convertir a un tibio, no que se convierta una persona que ha tocado fondo.

«¡Oh, Insensatos gálatas!»

San Pablo escuchó la voz de Dios y rompió esquemas. No es que fuese una persona original, es que iba llevado por el Espíritu de Dios.

Y donde el Espíritu Santo se lo permitía allí evangelizaba. Ibas conducido por Él.

Pues nosotros no podemos conformarnos con lo que ya venimos haciendo, con el mecanismo que ya llevamos. Un mecanismo diario.

Hay nuevas batallas que librar. En concreto ahora la batalla del apostolado. El apostolado personal. No cualquier apostolado sino la batalla del apostolado de amistad, de persona a persona. No el apostolado que se puede hacer en grupo.

Esta es la batalla para la que el Señor nos ha llamado. Puede ser novedoso. No porque nosotros nos hayamos inventado eso, sino porque hay que llevarlo a la práctica.

A veces hay que decirle con cariño a una persona o a varias: insensata, eres una insensata. No de Galacia, sino de donde sea.

Oh insensatos, pero ¿qué hacéis? ¿cómo pensáis hacer apostolado así? Si el apostolado se hace de uno en uno. No de treinta en treinta. Se habla uno a uno. Es un apostolado de amistad.

La Iglesia nos propone a nuestra meditación esta semana esta carta de san Pablo. Estamos en el año paulino. Y me contaban que la reacción de una madre de familia después de escuchar esta lectura en Misa:

Vaya genio que tenía hoy San Pablo.

Desde luego San Pablo tenía genio en la carta a los Gálatas y en toda su vida, porque sin genio sería imposible hacer las cosas que hizo. Pero él iba a lo fundamental. ¡Cuánta gente ha traído a la Iglesia! ¡Cuántos millones y millones de personas!: nosotros, que no tenemos sangre judía, que somos de los gentiles.

San Pablo tenía genio, sí. Pero sobre todo tenía fe en lo que el Señor le había dicho. Sería el último, como un abortivo, sí. Pero el Señor le había dicho:
por aquí, por aquí, por aquí...

Él hacía lo que el Señor le hubiera dicho, porque no pensaba que Jesús era un personaje histórico. No Jesús vivía.

Teresa de Jesús, hablando de San Pablo decía: «es que Pablo, lo tenía siempre en la boca: Jesús. Claro: como todos los santos. Como Santa Catalina, San Antonio –decía Teresa de Jesús– como todos los santos.

Pablo fue un instrumento de Jesús en su época porque su vivir era Cristo.

El hacía lo que nuestro Señor hubiera hecho. Mejor dicho, Pablo era su instrumento, porque su vivir era Cristo.

La Virgen es maestra de fe. Todo el día rezando, todo el día con Jesús, por eso su vida dio mucho fruto.

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